El primer lunes del mes de julio de 1992 el paleontropólogo Juan Luis Arsuaga, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científico y Técnica y codirector de las excavanciones de Atapuerca, dictó en el Paraninfo de la Universidad Complutense la lección inaugural de la primera edición de la Escuela Complutense de Verano. Las palabras de Arsuaga simbolizaban el éxito de un grupo de trabajo que en apenas seis meses había conseguido hacer realidad una idea "que para muchos era un tanto descabellada", señala María Bautista, directora del Área de Formación de la Fundación de la UCM y responsable del programa académico de la Escuela desde aquella primera edición hasta la actualidad.
Aquella descabellada idea, según recuerda Bautista, surgió durante el verano de 2001. El entonces gerente de la Fundación, Reinolfo Ortiz, planteó a la propia Bautista la posibilidad de llevar a cabo unos cursos de verano que se diferenciaran del resto de la oferta educativa estival española. El modelo a seguir eran las summer schools anglosajonas, cursos especializados impartidos por profesionales y docentes de prestigio. "Al volver de las vacaciones -recuerda María Bautista- le planteamos la idea al rector de entonces, Rafael Puyol, y a finales de año recibimos el visto bueno del Consejo de Gobierno. Teníamos seis meses para montar todo: las propuestas de cursos, la organización de la matrícula, los alojamientos, los viajes, que entonces también los organizábamos... Parecía una locura, pero con mucho trabajo por parte de todos lo logramos y arrancamos aquella primera edición con 64 cursos y 1.300 alumnos, todo un éxito".
Diez años después la Escuela se ha consolidado con una oferta educativa que sigue siendo única en nuestro país. Las claves de este éxito hay que buscarlas, de puertas hacia dentro, en la oportunidad que se le ha dado a la UCM y a sus docentes de utilizar sus infraestructuras y organizar cursos de calidad en un periodo, como es el mes de julio, en el que hasta estos últimos diez años apenas se desarrollaban actividades. De cara hacia fuera y, sobre todo hacia América Latina, de donde procede gran parte del alumnado año tras año, ha sido, a juicio de la directora de Formación de la Fundación, fundamental no solo ofrecer unos programas de elevada calidad académica, sino también, y en gran medida, diseñar desde aquella primera edición un amplio programa de becas y ayudas que ha hecho asequible a muchos estudiantes desplazarse durante un mes a la capital de España.
De los 64 cursos que conformaron la programación del año 2002, aún hay 9 que se mantienen entre los 66 que integran la Escuela este año. A juicio de María Bautista, este dato no es casual sino la confirmación de que el planteamiento que se hizo hace diez años fue el acertado. "Pensamos entonces y lo seguimos haciendo ahora que nuestra programación debe ser estable, y a ella se deben ir incorporando las novedades que vayan surgiendo en cada área de conocimiento, pero sin permitir que esas novedades puntuales marquen nuestra programación".