La Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense ha invitado a Lorenzo Silva a participar en el congreso "Ficción y Nx Ficción". Unos días antes quedamos con él y lo hacemos en la Facultad de Derecho, lugar donde estudió y se licenció. Bajamos con él a la cafetería y lo que más le sorprende (e incluso le provoca hilaridad) no es que el edificio esté igual que cuando él estudiaba, sino que ahora, junto a las mesas del comedor, hay un puesto de "chucherías".
- ¿Qué sensación le provoca volver a la universidad donde estudió?
- Me siento aquí y me acuerdo de cuando venía desde Getafe todas las mañanas con una combinación absolutamente inexistente. De hecho nos ponían un autobús para venir. Llegaba tempranísimo, a veces a las ocho menos cuarto o siete y media, así que me sentaba aquí, en esta misma cafetería y me tomaba un café.
- ¿Ya escribía antes de comenzar la carrera de Derecho?
- Sí, sí, yo ya era escritor y me tuve que buscar algo que me pagara las facturas o que me diera una cierta sensación de que me las iba a pagar. Por eso estudié Derecho. Ahora recuerdo con cariño esta Facultad, aunque tengo una relación amor-odio con el método docente que se seguía. Por momentos me parecía y me parece disparatado. Lo odié en muchos momentos y estuve a punto de abandonar la carrera muchas veces, porque me parecía arcaico. Sin embargo, a la vuelta del tiempo tengo que reconocer, con todo el arcaísmo que le sigo imputando, que el plan de estudios que yo hice, el del 53, te daba una visión muy completa de todo. Y descubro que muchas cosas a las que me enfrento en mi vida, incluso hoy que ya no trabajo como abogado, los enfoco con conocimientos que adquirí con ese plan tan decimonónico. En general, no me gustaba estar en la Facultad porque había tenido muy buenos profesores en el bachillerato, maestros en disciplinas muy variadas como matemáticas, lengua y literatura, y ciencias. Cuando llegué aquí no encontré ese carisma entre los profesores universitarios, salvo en tres o cuatro en toda la carrera. Ahí me sentí muy defraudado y todos los años pensé dejar la carrera, pero ahora me alegro de haberla hecho y de, siendo escritor, haber tenido un periodo importante de mi vida como jurista.
- ¿Le ha servido la experiencia para sus novelas?
- Por supuesto. Esos 20 años, casi redondos, a mí me han dado un contrapunto que me sirve para abordar la literatura de otra manera. Para mí ha sido muy constructivo, porque lo que aprendí aquí y en el ejercicio de la profesión fue, esencialmente, la complejidad de los problemas humanos. En cuanto hay dos personas las cosas pueden ser extremadamente complicadas. A veces es curioso que con mil personas puede haber menos problemas que con dos. Uno estudia aquí y luego en la profesión busca cómo gestionar esa enorme dificultad que somos los seres humanos y nuestras relaciones.
- ¿Eso hace que sus personajes sean muy complejos?
- Por lo menos me ha ayudado a no simplificar ni a un personaje ni a una postura ni a la actitud de alguien. Me lleva a no juzgar precipitadamente una conducta e, incluso a veces, a abstenerme de juzgar porque ejerciendo la profesión jurídica uno se da cuenta de lo difícil que es juzgar. Y casi siempre, si lo analizas, se juzga en precario, con un conocimiento incompleto, y justo eso que te falta por conocer puede ser lo que convierte tu decisión en una interpretación errónea o injusta.
- En su novela La flaqueza del bolchevique aparece un personaje llamado Sonsoles. ¿Quizás es reflejo de alguien que conoció en la Facultad?
- No (risas), pero puedes dar por descontado que Sonsoles había estudiado aquí. En mi tiempo había un prototipo de estudiante de Derecho que iba siempre vestida con colores pastel y teñida de rubio platino, aunque nunca era rubia, y que siempre tomaba apuntes con muchos rotuladores. Recuerdo ser un poco malvado, porque cuando entrábamos en un examen y veía a alguna con todos sus rotuladores subrayando a última hora, a tres minutos del examen le decía: "Oye, ¿te acuerdas de la cuarta facultad del beneficiario del censo enfitéutico según la compilación catalana?". Se le paraba el corazón inmediatamente porque no estaba en su cabeza por mucho que hubiera estudiado porque me lo había inventado por completo (risas). Por el personaje de Sonsoles yo siento mucha ternura, porque es una chica que en el fondo no ha tenido suerte en la vida. El personaje no está visto con crueldad, sino con una cierta ternura, porque acabé desarrollando un cariño por esas rubias teñidas. A lo que forma parte de tu paisaje acabas cogiéndole afecto, de alguna forma.
- En ese libro los personajes se mueven mucho por la Ciudad Universitaria. ¿Usted iba también a lugares como la piscina, donde ocurre una de las escenas más intensas de la novela?
- A la piscina no iba nunca, porque tenía una al lado de mi casa y me resultaba mucho más cómodo. Sí ba mucho a la fonoteca, sobre todo cuando ya no aguantaba más, honestamente. Tenía unos cuantos profesores que se sentaban una hora delante de 200 personas a leer un libro escrito por otra persona, o incluso a leer su propio libro, que es algo todavía más estremecedor. Ahí me iba, o a jugar al mus a Caminos con unos amigos, o a la fonoteca.
- La estructura de sus libros ha ido variando con el tiempo hasta llegar a Niños Feroces, su última novela, que es un libro muy fragmentado, con muchas historias que se solapan. ¿Este cambio de estructura se debe a la llegada de tecnologías como Internet?
- Yo creo que hay muchos moldes narrativos válidos y que siempre los ha habido. Un escritor, si tiene la posibilidad, debe experimentarlos. Ahora mismo estoy escribiendo otra novela de Bevilacqua, que es una novela lineal, es decir, que yo sigo haciendo esas novelas, pero también quiero hacer ese otro tipo de narración. En Niños Feroces, en 400 páginas, hablo de muchísimas cosas y no podría hacer eso en una narración lineal. Sin embargo, para mí todo lo que aparece en ese libro es pertinente, y no sería así si fuera una historia lineal con planteamiento, nudo y desenlace. Esa estructura fragmentada, un poco fracturada, me sirve para buscar todo lo que es relevante para la historia, aunque no forme parte del hilo argumental. Y lo he hecho en más de una ocasión e incluso se puede ver, en cierto modo, en La flaqueza del bolchevique, que fue mi tercera novela. Allí la anécdota es muy delgada y lo que importa, más que la historia en sí, es el sentido de esa historia.
- En Niños Feroces también se plantea el proceso de la escritura de un libro. ¿Dentro de esos muchos moldes narrativos que existen, usted elige uno antes de ponerse con una novela?
- Yo me planteo siempre una estructura previa, incluso en Niños Feroces existe esa estructura. Yo creo que sin ella es muy fácil que no salga bien, o que para que salga tengas que trabajar el triple. Si no piensas y te lanzas tendrás que hacer y rehacer. Prefiero tener muy claro lo que voy a hacer antes de empezar, para que lo escrito sea definitivo, o casi. Me parece además que la estructura de una historia es la que te permite contarla y provocarle las emociones al lector. Emociones que también vienen de los personajes, de lo que pasa y de las ideas.
- Los escritores viven un momento difícil con la piratería en Internet. Usted ha apostado por poner sus libros a muy buen precio en formato digital. ¿Piensa que es posible una nueva estructura editorial para poder seguir viviendo de la escritura?
- No lo sé. Por un lado está la industria editorial española, que es una industria de verdad, que se encuentra entre las primeras del mundo. Además en un país que prácticamente no tiene ninguna industria, es una de las pocas que han funcionado con éxito y que no se han deslocalizado. Es muy difícil para un empresario de éxito soltarse de un modelo que le ha funcionado para lanzarse a lo desconocido, pero yo creo que en este momento ya no hay opción. Y hay actores que están gestionando el nuevo modelo ante la abstención de la industria, que ya no puede abstenerse más y yo creo que es consciente. Aparte está el lado de la demanda. No se puede construir un modelo industrial sólido ni válido sobre el precio cero de los bienes y servicios. Todo sector económico tolera una fracción de precio cero, e incluso puede ser intrínseca de todo sector económico, pero no puede ser todo a precio cero, porque hay unos costes. Creo que la demanda tiene que hacer esa evolución mental respecto de una situación que deberíamos asumir que ha sido ficticia y transitoria que es que una serie de productos y servicios, que tiene unos titulares legítimos, ha sido libremente apropiable sin permiso de los titulares. Eso es una situación rara, no es una situación normal, que sólo puede funcionar parasitando lo que se ha hecho con arreglo a otro modelo económico. Eso puede conducir a que solo se produzca determinado tipo de productos, como libros con publicidad. Al final fundiremos la diversidad cultural irreversiblemente. Hay que aceptar una legislación que no sea represiva contra el grueso de la población, pero sí que bloquee ciertas conductas muy aparatosas que causan mucho perjuicio al mercado.
- Usted tiene incluso un libro gratis en Internet titulado Zona desdinerizada. En la introducción afirma que cada día uno debe realizar al menos tres acciones que no haya realizado por dinero. ¿Cumple usted esa máxima vital?
- Sí, todos los días. Tengo tres hijos, así que me resulta fácil (risas). Creo que la monetización de nuestra vida, de nuestro tiempo y de las personas es uno de los grandes errores de nuestra civilización. Y si te fijas, en un error que va a más. A mí uno de los aspectos que me inquietan más de las redes sociales es que están construidas sobre la monetización del tráfico, de las visitas. Eso me parece terrible, porque al final se crean rutinas artificiales que solo sirven al flujo de capital y empiezan a trabajar incluso contra el flujo vital de las personas. Conozco a más de uno que a las diez de la mañana me dice que ha estado dos horas y media con el Facebook y se agobia por no contestar a todo el mundo. En lugar de una herramienta han creado una máquina de drenarles su vida para que la monetice otro.
"La benemérita es una institución adelantada a su tiempo"
Lorenzo Silva comenzó a escribir novela negra a finales de los 90, mucho antes del boom editorial de Stieg Larsson. En El lejano país de los estanques creó a los guardia civiles Bevilacqua y Chamorro, que ya han protagonizado seis novelas y en breve la séptima. Además, el autor ha escrito el libro Sereno en el peligro, un ensayo sobre ese cuerpo de seguridad. Asegura que no tiene ninguna fijación con la Guardia Civil y que empezó con ellos, "casi de casualidad, por descarte y porque el cuerpo policial más antiguo que hay en España no había protagonizado ninguna novela policíaca". Reconoce que al principio mucha gente no leía esos libros porque estaban protagonizados precisamente por guardias civiles. Para Silva, "esa dificultad resultó ser un estimulo para lanzarse a la aventura".
Así empezó a indagar sobre ese cuerpo policial y se dio cuenta de algo que reflejó en el ensayo Sereno en el peligro, y es que "la benemérita es una institución adelantada a su tiempo. Estuvo muy por encima de la España de su época durante todo el siglo XIX, que era una España totalmente caótica, destartalada, corrupta e irracional. La guardia civil es un cuerpo creado desde la racionalidad y la honestidad, con una selección muy exhaustiva porque tenía que ser gente que supiera leer y escribir en un país durante las tres cuartas partes de la población era analfabeta. Además en un principio tenía que ser alta, cerca de 1,70 metros, una altura que tenían pocas personas en nuestro país, y que luego se redujo en épocas posteriores". Según el escritor, el duque de Ahumada lo que se planteó es que "este país es una mierda y hay que hacer algo que funcione, como motor para que el país entero comience a funcionar".
El ensayo de Silva no oculta las "sombras terribles" del cuerpo, "cuando fue utilizado por el canovismo, por la dictadura de Primo de Rivera y por Franco". A pesar de todo eso, considera que es el cuerpo de seguridad "que mejor hizo la transición democrática, porque no le costó nada, ya que en sus fundamentos ya estaban los valores de un estado de derecho". El escritor tiene claro que hay que resaltar mucho más la filosofía que ha "impregnado al cuerpo" que la mala utilización que han hecho de él algunos políticos.