El Colegio Mayor Universitario Diego de Covarrubias invitó a Enrique Urbizu a dar una charla en su salón de actos. Antes de ese encuentro, que colgó el cartel de aforo completo, aprovechamos para hablar con el director que arrasó en la última edición de los Goya, con su película No habrá paz para los malvados.
- Sus facetas como director y guionista son conocidas por el público general. Lo que quizás no sepan es que además es profesor de universidad. ¿Cómo se metió en eso de la educación?
- Empezó de una forma esporádica con algún curso especializado que organizan asociaciones culturales en el País Vasco. La cosa se puso seria cuando me ofrecieron en la Universidad Carlos III, hace ya diez años, el hacerme cargo de una asignatura sobre puesta en escena audiovisual y dirección de actores. Me pareció muy estimulante y por eso, hace ya unos tres o cuatro años, comencé a dar clases además en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid. Son docencias muy diferentes, porque no es lo mismo el chaval que va a la ECAM con una vocación muy definida, que el estudiante de Comunicación Audiovisual que muchas veces tiene una vocación más indefinida.
- ¿A partir de su experiencia como docente no se le ha ocurrido un guión de cine?
- Supongo que esas cosas acaban fermentado cuando lo dejas y pillas distancia. Evidentemente la universidad sí tiene una película, aunque no sé cuál es ni cuándo llegará ni si me tocará hacerla a mí, pero el mundo universitario sí tiene una historia. Ese contacto permanente con la chavalería de veintitantos años es muy estimulante y plantea retos que a veces son muy serios. Supongo que cuando cierre esa etapa me generará una ficción sobre el tema, pero de momento ni me lo planteo.
- ¿Hay ya alguna película universitaria que le guste?
- Está la de Curtis Hanson, Jóvenes prodigiosos, en la que Michael Douglas hace de un profesor de literatura que está acabado después de un gran éxito literario. El personaje lleva años con su siguiente novela de la que ya ha escrito más de 1.100 folios y al no acabarla todo el mundo sabe que es mejor que la tire porque ya va de cráneo. Esa película me pareció muy brillante y, ahora que conozco el mundo universitario por dentro, muy procedente.
- ¿Cuándo usted se pone a escribir a veces le pasa lo mismo que a ese profesor que empieza a rellenar folios sin ver el final?
- No, en cine no, porque ya tiene uno calculado el sistema de medidas. Enseguida detectas cuando te estás despistando del camino. Llevar más de mil folios es que estás totalmente perdido.
- Alguna vez ha comentado que el trabajo de director de cine ocupa las 24 horas del día. ¿Las clases le roban parte de ese tiempo como cineasta?
- Me lo roba y muy gustosamente. Para mí es como ir al gimnasio o descansar. Por un lado, la actividad intelectual de pensar el cine, de teorizar y de estudiarlo es cine por los cuatro costados, pero al mismo tiempo la universidad te obliga a apagar el móvil, a dejar de estresarte con el mundo laboral, con la industria, con tu carrera, con el trabajo de cineasta. En el marco teórico sigues ahí, pero al mismo tiempo tiene ese carácter casi de relax.
- En esa actividad intelectual de pensar el cine, ¿incluye ver películas? ¿Va mucho al cine?
- Voy menos al cine de lo que debiera pero he incrementado muchísimo el consumo doméstico. Hay que revisar o acercarse por vez primera a un montón de cine que ya no está en el circuito. Hay que mantenerse al día de la cartelera, pero a Pasolini, por ponerte un nombre cualquiera, no te lo están poniendo en los cines. En la universidad meto grandes dosis de cine primitivo y cine mudo. Empiezo por la base y voy haciendo un recorrido de cómo se ha ido formando el lenguaje y cómo ha habido infinidad de caminos. En estos diez años he incrementado los libros de cine y los DVD tanto que ya no me caben en casa. Luego me ocurre que fundo ocio con trabajo. El otro día estaba viendo 7 mujeres, de John Ford, que hacía mucho que no la había visto, y no sabes si estás pasando un rato agradable viendo una película o si la estás estudiando. Es un conflicto, pero muy grato.
- Hablando de esos orígenes del séptimo arte, José César Jurado, miembro de la Academia de Cine, considera que su película La vida mancha tiene reminiscencias de Dreyer. ¿Qué le parece esa opinión?
- Me parece un gran piropo. Yo a Dreyer le tengo adoración, pero eso son palabras mayores. No suelo referenciar mis pelis, pero hay mucha pintura vista a la hora de coger el pincel, y aunque no seas consciente, todo eso, de alguna manera, está. Ya que salga, que se vehícule, que alguien lo reconozca, que alguien lo vea o que no, ya no te corresponde ni a ti. Tienes que actuar con sinceridad y con instinto para con la historia que estás contando, pero es evidente que cuanto más sepas más herramientas tendrás a tu alcance aunque sea de una manera inconsciente. En La vida mancha, en concreto, yo diría que hay Ford y otros cineastas que han tratado temas muy familiares a lo que cuenta la película. Dreyer ya... ¡Ojalá! De todas maneras las películas siempre tienen algo de misterioso, porque tú cuentas una historia de la manera más honesta posible y luego la gente puede ver muchas películas. El azar y las intuiciones proponen cosas en la pantalla que casi ni te pertenecen. A medida que van pasando los años, y te puedes sentir más seguro, dejas que penetren cosas que ni tú mismo puedes discernir qué demonios son. En concreto con La vida mancha un conocido ejecutivo de una cadena de televisión cuando la vio vino excitadísimo y me dijo: "Urbizu, nada, pero nada de nada". Ves, unos ven Dreyer y otros no ven absolutamente nada. Las pelis cuando las haces ya no son ni tuyas, son del que las ve. Hay gente que se emociona y otros que no acaban de entender qué demonios están viendo.
- No habrá paz para los malvados sí ha puesto de acuerdo a la crítica, al público y a la Academia.
- Esta ha caído de pie, y de momento todo lo que nos está pasando con la película es positivo. A mí me sorprende mucho, sobre todo la gran aceptación de público que ha tenido, porque la película no es fácil. Es áspera y no facilita tampoco especialmente el seguimiento de la intriga al espectador. Tiene mucho plano de conjunto, así que el espectador es el que debe decidir a donde mira del encuadre, ya que yo no le empujo hacia un lugar concreto. Tiene que compartir la visión del personaje de Santos Trinidad con los decorados. Hay espectadores muy acostumbrados a que el cine americano lo ponga muy fácil y te lleve muy de la mano. Subrayar lo obvio es una garantía de captación de la atención, y en cuanto dejas que el espectador tenga un poco menos guiada la mirada depende de él entender la película y ahí se corren riesgos, porque puede haber quien esté a por uvas. Hay gente que va al cine para que les hagan el trabajo de mirar, no para mirar ellos, y a mí me gusta hacer lo contrario, me gusta abrir cuadro.
- ¿No le gustan entonces las películas en las que los actores cuentan lo que está pasando, en plan "nos persiguen"?
- No me gustan las pelis que nos tratan como idiotas, aunque eso es una garantía para que tenga un mayor entendimiento por parte del público. Yo mantengo una pelea discreta con eso, porque no conviene que se sepa mucho ya que los productores te pueden mandar a freír espárragos, pero a mí me gusta proponerle enigmas al espectador. Esto lo expresa muy bien David Lynch: "el espectador convertido en detective". Hay que estar atento a lo que oyes y a lo que no oyes, a los silencios. Las mías, últimamente, son películas muy silenciosas. Tienen mucha palabra, pero también mucho silencio. Hay mucho relato mudo y las elipsis quieren decir algo. Yo sé que eso tiene una mayor dificultad para el espectador medio contemporáneo, pero esa es la pelea, y por eso es tan grato que la peli la haya ido a ver tanta gente.
- Desde Todo por la pasta ha demostrado una cierta inclinación por policías que tienen un lado casi psicótico. ¿Cree que eso es un reflejo de la realidad?
- El oficio de policía es de los que manchan. No es un oficio inocente, porque estás en contacto con delitos, con la violencia, con todo lo que se trata de ocultar. Es un colectivo, por ejemplo, con una alta tasa de divorcios, de caída en el alcoholismo... No debe ser nada fácil estar en contacto con las desviaciones morales y éticas de la sociedad. No creo que pueda dejar impune. Además de eso siempre me ha atraído la novela negra y el cine negro. Es un género que te permite hablar de lo que el sistema trata de ocultar permanentemente: la corrupción, las disfunciones, el crimen, el delito, las conexiones entre distintos delitos... Es muy interesante porque te permite acercarte a la sociología, la economía y la política sin darle la brasa a nadie, porque son películas que deben tener tensión, que tienen algo de recorrido aventurero, donde los protagonistas se ven sometidos a situaciones muy límites y al ejercicio de la violencia. En ese sentido son películas que pueden tener una buena dosis de espectáculo y a mí eso siempre me ha gustado. Además todo el buen género negro está recorrido por un cierto espíritu de denuncia, con un especial nervio narrativo sin adornos estéticos. Es muy de sujeto, verbo y predicado para que el espectador salga inquieto y con una buena batería de preguntas. Estas películas nunca dan respuestas y cuando son buenas no tranquilizan, sino que son incómodas.
- ¿Las películas que usted hace son las que le hubiera gustado ver en el cine?
- Uno intenta eso, pero también hay un montón de películas que me gustaría ver en cine que todavía no he podido hacer. Películas alentadoras, airosas, positivas en plan El hombre que pudo reinar. Me encantaría ir al cine y salir con el buen rollo del que se sale de ver por ejemplo esa película o un buen western, o una película aventurera en el mejor sentido, de gente que pretende alcanzar cosas casi inalcanzables y que al final o lo consigue o tiene un bello fracaso en el intento. Quiero decir que no pretendo ser un maldito cenizo, pero este país está cambiando tanto en las últimas décadas que se ha convertido en muy buena materia para el cine negro. Tenemos una amplia colección de corrupciones, somos muy acogedores con delincuentes de toda Europa, tenemos una costa del Sol que es un filón y una clase política altamente discutible. Eso genera material.
- ¿Qué le parecen los nuevos recortes para el cine?
- Pues lo veo mal. El otro día leí una frase de Albert Camus que me pareció estupenda, y es que todo lo que degrada la cultura nos acerca peligrosamente a la servidumbre. Estoy muy de acuerdo con esa idea porque cuanto más incultos seamos como sociedad y como país, más papeletas tenemos para convertirnos en esclavos.
"Soy un director que a veces escribe, no un guionista que dirige"
Reconoce Enrique Urbizu que desde los Goya para acá tiene una agenda tan completa, que está esperando a que llegue el verano para ponerse a trabajar a fondo en sus próximos proyectos, "recuperar un poco de concentración y estar dedicado a una o dos historias".
En el año 1999 escribió el guión de La novena puerta y se lo envió a Roman Polanski, que decidió rodar la película. Le preguntamos a qué director le gustaría enviar un guión hoy en día y responde que preferiría que se lo mandasen a él, "algo así como el guión de Sin Perdón". En caso de ser él quien lo enviase repetiría "con Polanksi o con otros directores tan interesantes como David Lynch, Wes Anderson, John Carpenter que hace películas macarras de vampiros y esas cosas. Ahora mismo, de todos modos, mi faceta de guionista, y diría que por desgracia, se limita a películas que voy a dirigir yo. Estuvo muy bien escribir pensando en Polanski, que es un cineasta al que admiras y de quien conoces muy bien su obra. Cuando escribes tienes que tener previsto, intuido o imaginado a qué cineasta le estás escribiendo el guión".
La historia de La novena puerta le parecía que le encajaba muy bien a Polanksi, aunque luego "ya hizo él una película muy suya, muy sui generis, pero el material tenía que ver con cómo maneja él el punto de vista narrativo".
Reconoce que el "milagro" fue que le mandaran el guión al director de Un dios salvaje, y que le gustase. De paso le dio un "dinerillo" que le dio cierta libertad para tener un año o dos para escribir para sí mismo y, sobre todo, la enorme satisfacción de "ir al cine y que empiece una película de Polanski y que ponga ‘Guión: Enrique Urbizu'. Dan ganas de que se congele la imagen en ese momento".
A pesar de estas incursiones, Urbizu asegura que él nunca ha querido ser guionista, de hecho se define como "un director que a veces escribe, no un guionista que dirige". Confiesa que lo que le gusta es "el meneíllo del rodaje, la puesta en escena, el lenguaje, los planos, el encuadre... Escribir, con mi talento inquieto, me supone un esfuerzo que ir a un rodaje no me supone aunque tenga que estar doce horas organizando y yendo de un lado para otro".