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La dimensión social de la universidad pública

19 JUN 2013 a las 12:03 CET

Desde esta Tribuna se ha señalado recientemente que el "fortalecimiento de la dimensión social" es una de las necesidades de mejora de la Universidad española. Estoy plenamente de acuerdo y seguro de que estos son un juicio y un propósito que compartimos los universitarios españoles. Estas líneas pretenden contribuir modestamente a dar el estado de la cuestión y a reflexionar para establecer - restablecer- las bases sobre las que esbozar las vías para ese fortalecimiento.
Como en cualquiera de sus dimensiones, en la calificada de social la tarea de fortalecimiento requiere de una colaboración del resto de la sociedad; en el caso de la universidad pública, especialmente del poder político, de las Administraciones Públicas que lo ejercen. Esto es así tanto si abordamos esa dimensión de manera general como si analíticamente nos centramos en lo más específicamente social -corrección de desigualdades- de esa "dimensión social", que suele localizarse en el entorno del llamado tercer pilar de la Universidad, complementaria de las de investigación y docencia a sus estudiantes y que orienta su acción a contribuir al desarrollo de la sociedad.
En su sentido más amplio esa dimensión afecta a todas sus misiones. Por ejemplo, en la formación que proporciona a sus estudiantes en cuanto les capacita para el ejercicio de una función de valor para la sociedad. Valor que supone riqueza, pero no sólo económica. El juicio de la sociedad sobre el grado de cumplimiento por la universidad de su función social, medido en el grado de formación y capacidad profesional de sus egresados, era hasta fecha reciente francamente positivo. Ciertamente ni las circunstancias económicas ni las políticas han contribuido. Así, la mejora que incorpora la configuración del EEES, el cambio de orientación docente que supone el desplazamiento del centro de gravedad de la enseñanza al aprendizaje, no ha contado nunca con los medios necesarios para impulsarla.
En la actualidad, la política del Gobierno -a falta de una política universitaria, sustituida por la aplicación indiscriminada de la de carácter financiero- está dificultando de modo extraordinario, no solo esa tarea, sino el conjunto de las que son propias de la universidad. A las sucesivas reducciones presupuestarias en enseñanza e investigación se unen otras medidas, como la tasa de reposición de su personal, que impide la incorporación de profesorado que garantice el relevo generacional. En conjunto esas medidas están poniendo a la universidad pública en riesgo para la pura subsistencia a medio plazo.
Desde una perspectiva analítica, a la dimensión social se atribuyen hoy múltiples fines, que suelen formularse en clave económica y empresarial: la universidad como motor del desarrollo, su función de fomentar el emprendedurismo, la transferencia de tecnología, etc. La afirmación de que éstas son facetas importantes de la dimensión social de la universidad no excluye que el núcleo de la misma sea necesario situarlo en la función de contribuir a la movilidad social, favoreciendo el acceso de los ciudadanos más capaces a tareas de la máxima responsabilidad. En el caso de la universidad pública, su tarea debe centrarse en potenciar la movilidad -el ascenso social, cultural y en su caso económico-de quienes tienen mayores dificultades para ello. Esta última tarea, que puede formularse también como contribución a la igualdad de oportunidades y a la justicia social, es obligación derivada de su posición en un Estado de Derecho y Social. La política pública está dificultando el desarrollo de esta dimensión. La medida, sin el correlativo incremento de las becas, que en la práctica ven reducido su volumen, tiene una incidencia negativa en la movilidad social. Sobre todo en un contexto en que la crisis y su gestión gubernamental dan lugar a que opere sobre una clase media empobrecida y reducida por el aumento de quienes ya no pueden incluirse en ella por su bajo nivel de ingresos. En esta circunstancia, de debilitamiento de los dos "partners"- universidad y empresa- , de dificultades para la incorporación de jóvenes profesores, más sensibles a esta nueva necesidad, ¿qué perspectivas de viabilidad puede tener una acción de la universidad en favor del emprendimiento?
De la función de la universidad como motor de desarrollo se discute mucho. ¿La está realizando en la medida necesaria? El motor es un elemento complejo y de una consistencia material que no se adecua bien a lo que es la Universidad-investigación/ docencia/extensión a la sociedad. Más propio me parece considerarla como una peculiar fuente de energía para un motor en cuyo diseño tiene también responsabilidad, junto con otros. Para mantenerla es necesaria la colaboración de los poderes públicos, removiendo los obstáculos que últimamente ha puesto; en el diseño del motor, una mayor proximidad entre Universidad y Empresa; en todo, la más completa y leal cooperación.

Por Marcos Sacristán Represa
Rector de la Universidad de Valladolid

 

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