Marga Valero es técnico auxiliar de servicios generales en la UCM, desde hace tres años destinada en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. Apasionada por la Historia como es ella -de hecho, ha iniciado la carrera en dos ocasiones-, desde su llegada a la Marqués de Valdecilla se interesó por conocer distintos detalles de este lugar que alberga el rico y abundante fondo histórico bibliográfico de nuestra universidad. Uno de los hechos históricos, según señala, que siempre le ha interesado es la Guerra Civil. Por ello, al saber que la directora de la biblioteca, Marta Torres, había dedicado su tesis doctoral al estudio de los fondos complutenses durante la II República y la Guerra Civil, no dudó en echarle un ojo. Le llamó la atención que en su trabajo Marta Torres pusiera nombre a una historia que ella ya había escuchado en alguna ocasión, la de un trabajador que había arriesgado su vida para salvar los libros más valiosos que habían sido utilizados de parapeto durante el asedio a la Ciudad Universitaria. "En su tesis, Marta cuenta esa historia y pone nombre y categoría a aquella persona. Se llamaba Luis Ángel López Castro y era portero de tercera categoría. Me hizo ilusión porque más o menos se trataría de la misma categoría que tengo yo", cuenta la propia Marga.
Marga le empezó a dar vueltas a la historia en su cabeza. ¿Quién sería aquel hombre?, ¿por qué se jugaría la vida por unos libros?. En la tesis de Marta Torres se señalaba que Luis Ángel había sido fusilado al concluir la guerra. "Pero a mí me apetecía saber más. Se lo conté a Marta y me dio un montón de información, pero yo quería aportar algo más. Con la ayuda de mis compañeros Lorenzo e Isabel, ahora en el paro, pedí información al Ministerio de Defensa, al Archivo de Salamanca y al propio Archivo General de la UCM. En Defensa nos encontraron un expediente de un tal Ángel López, pero nos dimos cuenta de que no podía ser el nuestro, ya que sabíamos que era de La Mancha y anarquista, y el que nos decían, no".
La historia de Luis Ángel López Castro parecía que no daba para más. Todo lo que tenían era lo que ya se sabía. Nacido en Talavera de la Reina el 21 de junio de 1899, fue telegrafista y entre 1927 y 1939 trabajó como portero de tercera categoría en la Facultad de Filosofía y Letras. Durante la guerra, como el resto del personal de la Facultad, fue destinado a otros lugares, en su caso a Cultura Popular, un organismo creado por la República para distribuir bibliotecas por localidades y pueblos españoles, y en esos momentos también por el frente y los hospitales. Luis Ángel llegó a ser director de la institución durante la guerra, tras la huida de sus anteriores responsables. Este hecho está corroborado por una entrevista en la revista "Estampa" durante aquellos meses. "Hasta ahí. No sabíamos nada más y en ningún lado encontrábamos ningún nuevo dato", recuerdan Marga y su compañero Lorenzo González.
Sin embargo, un día la investigación, "ya casi abandonada", dio un giro. En el archivo de la propia BUC apareció una instancia del año 1979, en la que una señora, Luisa Trebolle Pascual, solicitaba el historial laboral de su marido, Luis Ángel López Castro, para solicitar una pensión de viudedad. "Y entonces -recuerda Marga mientras su mirada se ilumina- apareció San Google. Por Luisa Trebolle Pascual no había nada, pero al buscar solo Trebolle me apareció un tal Luis López Trebolle. Conseguí su teléfono y llamé. Se puso una mujer y le pregunté si sus suegros se llamaban Luis Ángel López Castro y Luisa Trebolle Pascual. Me contestó que sí y me pasó a su marido, el hijo de Luis Ángel y Luisa. Le conté la historia de su padre, que él en su mayor parte desconocía, y cuando le dije que lo último que sabía era que le habían fusilado, me llevé la gran sorpresa: «No, a mi padre no lo fusilaron. Se escondió tras una puerta cuando fueron a detenerlo y vivió hasta 1976». No me lo podía creer. Me emocioné de tal manera... Se me saltaban hasta las lágrimas".
Marga y sus compañeros Lorenzo e Isabel organizaron dos entrevistas con dos de los cuatro hijos de Luis Ángel. Ellos apenas sabían de aquel pasado de su padre. Le reconocieron en la fotografía publicada en Estampa en la que se le ve en una trinchera con dos libros bajo el brazo. Su hija entonces entendió lo que su padre una vez le dijo: "Si quieres saber de mí, busca en la hemeroteca".
En aquellas entrevistas pudieron conocer qué fue de Luis Ángel desde 1939. Como les contó su hijo, consiguió evitar que le detuvieran y, posiblemente, la casualidad, el hecho de que un tal Ángel López fuera fusilado, le evitó mayores problemas. Al acabar la guerra se ganó la vida vendiendo fruta en la calle y después abriendo junto a un socio (que años después se hizo millonario invirtiendo en bolsa) una frutería en la madrileña calle Bravo Murillo. Precisamente, cerca de esa calle vivía Marga de pequeña. "Es posible que en más de una ocasión, Luis Ángel me vendiera la fruta", concluye Marga con una amplia sonrisa. "Creo que la Universidad le debe a Ángel algún tipo de homenaje".