En uno de sus interminables paseos fechado el 28 de enero de 1943, Carl Seelig describió a Robert Walser de la siguiente manera: "Vuelve a llamarme la atención que sus labios, rojos y carnosos, tengan el aspecto de la boca de un pez que se ahoga fuera del agua. Como si estuvieran buscando aire".
Esta acertada comparación no solo revela la vulnerabilidad de Walser en un mundo hostil, sino que también explica la actitud huidiza que marcó al escritor suizo durante toda su vida.
El relato de Seelig, "Paseos con Robert Walser", es un testimonio sin concesiones que nos presenta la descarnada y contradictoria personalidad de Walser. Escritor atípico, taciturno y dotado de una extraña lucidez, Walser era un tipo escurridizo al que le apasionaba pasear y descubrir el lado más inaudito de las cosas cotidianas.
Quizá uno de los asuntos más controvertidos sobre el fenómeno Walser sea el de las diferentes versiones sobre su salud mental. En el año 1929, presa de pesadillas y crisis nerviosas, ingresó voluntariamente en el sanatorio bernés de Waldau, donde fue recluido durante cuatro años hasta su traslado definitivo a Herisau. A partir de este internamiento comenzó un tenaz silencio literario que él mismo se encargó de explicar: "El único suelo en el que el poeta puede producir es el de la libertad. Mientras no se cumpla esta premisa, me niego a volver a escribir jamás".
Quién sabe si la aparición de la enfermedad mental fue la principal razón por la que el escritor suizo fue despreciado en vida, olvidado tras su muerte y descubierto años después como si fuera un verdadero tesoro escondido en el fondo del mar. No deja de resultar irónico este "descubrimiento" teniendo en cuenta que el propio escritor quiso pasar inadvertido en el sanatorio de Herisau, donde vivió sus últimos veintitrés años de vida rechazando cualquier vinculación con la fama. En la obra de Seelig encontramos el alegato obstinado de Walser a favor del anonimato: "Poder soñar en un modesto rincón, sin tener que responder a continuas pretensiones, no es ningún martirio".
Antes de cobijarse en ese "modesto rincón", fue injustamente ignorado por la mayoría de sus contemporáneos, aunque escribió varias novelas antes de silenciarse como "Los hermanos Tanner", "El ayudante" o, quizá su mejor obra, "Jakob von Gunten". También cultivó el relato corto en obras como "Los cuadernos de Fritz Kocher" o "El paseo" y su literatura terminó derivando hacia una suerte de caligrafía minúscula recogida en un conjunto de cuartillas y papeles manuscritos titulados como "Microgramas".
Durante su larga estancia en el sanatorio, Walser no dejó de respirar literatura hasta el día de su muerte, acaecida el 25 de diciembre de 1956. En uno de sus imprescindibles paseos, fue encontrado por unas niñas tumbado sobre la nieve. Paradójicamente, ese momento quedó congelado en una instantánea. Unas pisadas que parecen signos de una misteriosa escritura desembocan en un cuerpo que no deja de inquietarnos. Es el cuerpo de Walser dignificando la página en blanco.