Los talleres de imprenta españoles en época de Cervantes
Julián Martín Abad
Servicio de Manuscritos, Incunables y Raros
Biblioteca Nacional de España


El año 1605, fecha de la edición princeps de El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, compuesto por Miguel de Ceruantes Saauedra, sería buena atalaya para otear los talleres de imprenta activos en la segunda mitad del recién agotado siglo XVI en los diversos reinos de España y los que se mantendrán en funcionamiento en los primeros decenios del recién estrenado siglo XVII si contáramos con suficiente información obtenida pacientemente en archivos de todo tipo. Pero no es así, salvo en el caso de algunas ciudades, por ejemplo Zaragoza, Medina del Campo y Valladolid, como tendré ocasión de detallar.

En la
Segunda parte del ingenioso cauallero Don Quixote de la Mancha, que se imprime en 1615, en el capítulo LXII, nos cuenta su autor que “sucedió... que yendo por una calle alzó los ojos don Quijote y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: “Aquí se imprimen libros”, de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta alguna y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro, ...y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en esta, enmendar en aquella, y, finalmente, toda aquella máquina que en las emprentas grandes se muestra”. También hoy día sentimos curiosidad y nos gustaría poder realizar una visita tan atenta a un taller “grande”, del estilo del visitado por don Quijote, como a más de uno de los pequeños. En estos últimos tal vez nos esperasen más sorpresas. Para ello necesitaríamos contar con algunas monografías, pero ciertamente sólo han merecido una atención continuada los primeros tiempos de la imprenta y algunas ciudades, pocas ciertamente, por lo que respecta al siglo XVI. Carecemos no solo de estudios sino incluso de tipobibliografías por lo que se refiere al siglo XVII(1).

¿En qué ciudades, de haberse llegado a ellas don Quijote, al levantar la vista en una o en varias de sus calles podría haber leído el mismo anuncio que descubrió en Barcelona, aludiera o no Cervantes en este caso al taller de Sebastián de Cormellas, como sospechó Eudaldo Canibell
(2), o al de Pablo Malo o al de Sebastián Matevad, como otros suponen(3)? Quizás a esta altura de nuestra historia tipográfica no resulte de gran interés el apiñamiento erudito de topónimos, de nombres de maestros de talleres de imprenta y de fechas, al contrario de lo que ocurre cuando es necesario presentar el panorama de los primeros tiempos de la imprenta. Pero, ciertamente, para caracterizar los libros impresos españoles desde mediados del siglo XVI y hasta la conclusión de los dos primeros decenios del XVII en su condición de productos tipográficos, editoriales y textuales(4), necesariamente habrá que llegarse a los talleres de imprenta donde se fabricaban y entrar en ellos, deseosos de saber cómo funcionaban. No es tarea absolutamente imposible por conocerse algunos documentos ocasionados por las actuaciones derivadas de una provisión real de Felipe II, en Madrid, de 12 de de noviembre de 1572. Esta provisión iba dirigida a los corregidores de Toledo, de Burgos y de Medina del Campo, a los rectores de las Universidades de Salamanca y de Alcalá de Henares, al regente de Sevilla, a un oidor de la Audiencia de Granada y a otro de la Chancillería de Valladolid. ¿Qué deseaba conocer el monarca? Se indica con gran precisión: tiene noticia de que en los talleres de imprenta se trabaja mal, debido a la deficiente preparación de los diversos operarios, y consecuentemente los libros rebosan de erratas y errores. Deseando, pues, poner remedio a tal situación ordena que en esos lugares se designen a las personas adecuadas para que puedan ofrecerle un informe pormenorizado, comprensivo del número de talleres activos en cada caso, del número de impresores y de la capacidad técnica de cada taller, detallando el número de correctores, cajistas, batidores y tiradores, y evaluando su preparación igualmente, pero también de los necesarios detalles sobre la maquinaria y el instrumental disponible, en particular las cajas de tipos. Deberán preguntar los visitadores por las causas que motivan esa abundancia de erratas y errores en las impresiones e indagar sobre el modo de evitarlos, e igualmente habrán de informarse acerca de lo que los impresores consideran que sería necesario hacer para conseguir unas tiradas generosas y con buen papel, tomando como ejemplo lo que se descubría en los libros importados.

Una visita a los talleres de imprenta castellanos en los años 1572 y 1573

Los siete lugares mencionados no eran los únicos en que existían en ese momento talleres de imprenta en tierras del reino de Castilla(5), pero representan realmente la geografía tipográfica castellana en esa fecha, salvo la explicable ausencia de Madrid.
Desgraciadamente no se ha localizado toda la documentación que ocasionó las visitas. La correspondiente a Granada y a Alcalá de Henares ha sido gozosamente descubierta y reproducida, respectivamente, por Juan Martínez Ruiz(6) y por Ramón González Navarro(7) y la examinaré a continuación con algún detalle, tratando de descubrir la situación en los demás lugares.

La visita de los talleres complutenses se realiza en un solo día, el 15 de diciembre de 1572, y con manifiesta precipitación. El informe de los comisionados carece de detalles mil que nos gustaría conocer, amén de estar incompleto. El primero de los talleres visitados fue el de Andrés de Angulo; se declara propietario y afirma que “tiene cabdal bastante para poder ymprimyr qualesquyer libros ansy de la Facultad de Teología como de Derecho canónico e cibil e Medicina e otros libros qualesquyer con texto y glossa como se traen de fuera de estos reynos aunque para ello sean necesarios caracteres griegos, ebreos y caldeos, grandes y pequeños y que podrá ansy mismo ymprimir la recapitulación de las leyes y otros muchos libros que naturales destos reynos an compuesto en todas Facultades del tamaño y marca que se le pidan y muchos mysales como es notorio y consta de las mysmas ympresiones donde está ynpresso su nombre y de Juan de Brocal su cuñado, antecesor suyo en la dicha enprenta”. Se completa su declaración con la indicación de que posee un número suficiente de tipos, dispone de medios para fundir tipos nuevos y además fortuna para poder adquirir fuera los que se le pudieran pedir en cada encargo concreto; dispone de cuatro prensas y cuenta con 16 operarios: 4 cajistas, 4 tiradores, 4 batidores, 1 fundidor, 2 operarios que se ocupan uno de humedecer los pliegos antes de la tirada y otro de fabricar tinta, y 1 corrector; valora positivamente la preparación técnica de todos sus operarios, indicando además que seis son franceses, uno flamenco, otro portugués y el resto españoles, aunque todos aquéllos, salvo uno aún joven, están casados en España. Respecto a los muchos errores y erratas dijo que “conforme a lo quel entiende de su officio es que los autores por maravilla traen los originales bien corregidos ny con buena ortografía ny de puntuación como conviene porque pocos ay que aunque sean muy letrados entiendan esto”; se queja de los correctores y propone como solución que sean examinados por la Universidad antes de autorizárseles a ejercer tal oficio. Admite que, aunque no sea realmente su caso, “andan caydas las enprentas” y disponen “de poco cabdal”. Razones de su excepcionalidad: se trata del taller del gran Arnao Guillén de Brocar activo desde el año 1511. El taller de Andrés de Angulo cerrará definitivamente su actividad en 1578, en los últimos momentos bajo la regencia de Antón Sánchez de Leyva.

 
Ludovico Ariosto:
La segunda parte de Orlando [...].
En Alcalá, en casa de Iuan Iñiguez
de Lequerica, a costa de Diego de Xaramillo, mercader de libros, 1579.
 


El siguiente taller visitado era propiedad de Sebastián Martínez y presenta una situación técnica y económica totalmente distinta: “Dixo que tiene dos prensas y que al presente no trabaja más que la una para la qual tiene tres oficiales que son necessarios, que son un componedor e un batidor e un tirador, de los quales el tirador que se llama Quirín es flamenco y el componedor que se llama Manuel es portugués y el batidor que se llama Juan de Pla es catalán”. Carece de corrector y él, personalmente, se encarga de tal tarea. Los detalles añadidos son, respecto a sus cajas, que “tiene letra y matrizes de romance mediano y otra que se dice letor de romanze y otra letura antigua y otra letra que llaman canon y estas son dos que se escriben en latín y romanze”, y, respecto a su capacidad económica, que, sin ayuda ajena, no se atreverá a acometer la impresión de un libro que supere los 50 ó 60 pliegos. Finalmente su respuesta a las preguntas repetidas en todos los talleres: “que la caussa por donde los libros que se ymprimen salen con mentiras y herrores estryba en los correctores los quales si con cuydado y diligencia pasasen las probanzas no abría los dichos herrores. Y que en lo que toca a no ser las enprentas de España tan cabdalosas como las de fuera de ella va conforme a lo que él tiene entendido por aver estado en algunas enprentas de Françia no tener salida e benta los libros que se ynprimen en España para tantas partes la tienen las enprentas de fuera destos reynos y demás desto la falta de papel por no averlo en tanta abundancia ny tan bueno ny tan barato como se halla en Françia”. Este impresor había ya fallecido en 1576, pero el taller continuará activo, como buenamente pudo, algo que no sorprende después de oirle, gracias a sus herederos, hasta el año 1596.

En el siguiente taller de imprenta espera a los visitantes uno de sus propietarios, el francés Juan Gracián, pues su consocio, Juan de Villanueva, se encontraba por entonces en Lérida. Es un taller con cierta antigüedad, con diez años al menos ya de actividad y que continuará funcionando hasta 1632, sin duda el más característico a la hora de entender la situación general. Nuestro hombre declara que sólo cuenta con 2 prensas y para hacerlas funcionar paga salario a 4 cajistas, 2 tiradores y 2 batidores, ninguno de ellos extranjero, aunque no todos castellanos, y por supuesto se trata de operarios capacitados. Declara que “podía ymprimir qualqyer libro de latín y romanze y que las diferencias de letras que tiene e se ymprimen son las siguientes: petid canon, canon grande, testo antiguo, cursiba de testo antiguo, atanasia, zízero, breviario antiguo y el grifo, ... y que qualquyera otra manera de ella que fuese necesaria entiende que la podrá aver con facilidad y que en lo que toca a ynprimir libros a su costa dixo que no se atreverá a ymprimyr ninguno que pase de cincuenta o sesenta pliegos adelante por el poco cabdal que tiene pero que se atrevería a ymprimyr cualquier libro de latin y de romanze y de griego porque fuese como fuese ayudado con cabdal para ello”. Este último detalle justifica su matizada respuesta a las preguntas que se hicieron a todos los propietarios de los talleres: “la caussa de salir los libros en España con herrores es por falta de los correctores”, pues no hay los suficientes y además no están adecuadamente remunerados; y “la caussa porqué no son las enprentas de España tan cabdalosas como las de fuera della es a su parezer y a lo que a oydo dezir a personas que lo saben y entienden con quyen lo ha comunycado y tratado porque en España no ay mercaderes que se junten por companyas ... a hazer ymprimyr los libros como se usa y haze fuera destos reynos”, y para forzar a imitar a los extranjeros bueno sería prohibir la entrada desde el exterior de libros iguales a lo que aquí se hayan impreso, resultarían así más baratos; finalmente respecto al papel piensa que “sería necesario hazer dos cosas, la una muchos molinos de papel... y la otra que los oficiales de hazer el papel tuviesen mucho cuydado en el coger del trapo y apartar lo grueso de lo delgado porque la caussa de salir tan ruyn papel como se bee es que mezclan el trapo malo con el bueno y no se esmeran en ello”.
En la documentación hallada hasta el momento falta la declaración de Juan Íñiguez de Lequerica y Villarreal, el cuarto taller activo en Alcalá en ese año 1572. De algunos impresores posteriores conocemos simplemente el nombre, es el caso de José del Castillo y de Pedro Rodríguez Santillán, gracias a sendas ediciones solitarias en cada caso, y la actividad un poco más intensa de otros, nunca sobresaliente, como ocurre con Querino Gerardo y Antonio Gotard. Hay que añadir un par de talleres con alguna mayor continuidad, uno a nombre sucesivamente de Justo Sánchez Crespo, de su viuda, de Andrés Sánchez de Espeleta y de la viuda de éste, Ana de Salinas, que no supera el año 1622; y el otro a nombre de Luis Martínez Grande y luego de su viuda, con breve historia entre 1606 y 1615(8).

En Granada volveremos a disfrutar de detalles de especial interés. De más detalles incluso que en el caso de los descubiertos en Alcalá de Henares. Las visitas a los dos talleres que funcionaban en la ciudad andaluza comenzaron el 23 de febrero de 1573 y se prolongaron hasta el 8 de marzo, siendo interrogados no solo los maestros sino también algunos operarios. Los visitadores, en este caso, a diferencia de lo ocurrido en Alcalá de Henares, se toman su tiempo y ofrecen su parecer, que aprovecho para no prolongarme en los pormenores. El primer taller visitado fue el del parisino Hugo de Mena, que solo contaba con dos oficiales, uno francés y otro flamenco, por supuesto sin que disponga de corrector, y que contaba con cajas de “seis géneros de letras, que se nombran, la una letras mayúsculas para títulos, la otra, letra romana grande, yten escolástica de su tamaño, yten otra menor, que en París dizen letras de San Agustín... otra letra escolástica de este tamaño, yten letra de romana, yten otra letra de lecturas antiguas...”; en el segundo taller, René Rabut, un francés que llevaba viviendo en Granada ya 30 años, analfabeto pero un experimentado tirador, cuenta con un hijo, nacido en Granada, que trabaja como cajista, y con otros tres oficiales que ha traído de Sevilla. Ha adquirido sus cajas de tipos en esa misma ciudad. Cuando se visita su taller descubrimos que atiende encargos del dueño del otro taller hasta hace poco activo en la ciudad, el de Antonio de Nebrija, que se ha marchado a vivir a Antequera.
Señalan los visitadores que “los libros que comúnmente... se imprimen son: Artes de Gramática, el Vocabulario del maestro Antonio de Nebrija, historias en lengua castellana, algunas obras pequeñas de particulares personas, informaciones en derecho, cartillas, coplas y así cosas menudas, porque los dueños de las inprentas no tienen caudal para obras mayores, ni para sustentar en ellas componedores y correctores doctos que sepan latinidad y otras lenguas, y sean buenos ortógraphos, a cuya causa en los libros que aquí se imprimen ay comúnmente errores y faltas”.

Las respuestas a las preguntas habituales se repiten: respecto a los abundantes errores y erratas, la causa está en que los cajistas no entienden lo que componen y no hay correctores, por otra parte demasiado caros para el tipo de obras que habitualmente se imprimen; respecto a la poco competitiva producción la causa podía considerarse doble, por un lado la falta de recursos económicos y la poca costumbre de crear sociedades de libreros e impresores que permitirían acometer la impresión de obras importantes, sin olvidar el mal papel debido a la falta de adecuada materia prima en su fabricación y en particular a la mezcla de trapos buenos y malos. Se señala en algún caso que en Segovia se fabricaba buen papel y que los tipos podían adquirirse por supuesto en Sevilla pero igualmente en Salamanca o en Alcalá; en cualquier caso siempre a precios demasiado altos para las posibilidades de los talleres granadinos(9).

Trataré ahora de suplir la documentación que nos falta. La visita de los talleres toledanos debió realizarse al antiguo de Juan de Ayala, tal vez al de Miguel Ferrer, que fallece ese año 1572, y a los de Francisco de Guzmán y de Juan de la Plaza, todas, presumiblemente, imprentas “caydas” y “de poco cabdal”. Dos y excepcionalmente tres talleres coincidirán activos en Toledo en el paso del siglo XVI al XVII(10). En el caso de Burgos, quizá la visita se redujese al taller de Felipe Junta y sus respuestas serían sin duda coincidentes con las de Andrés de Angulo en Alcalá, pero resulta muy dificil reconstruir las palabras de Pedro de Santillana, el otro impresor activo en la ciudad; nos hubiera gustado conocer su situación real frente al otro tan importante y antiguo taller. Sin duda alguna el taller más representativo será luego el del yerno de Felipe Junta, Juan Bautista Varesio, quien buscará al cabo un salario fijo, aceptando el establecimiento de un taller en Lerma, en 1619, a petición del Duque, Francisco Gómez de Sandoval, posiblemente por la situación insostenible en que se encontraba en Burgos. Dos talleres se visitarían quizá en Medina del Campo, el de Diego Fernández de Córdoba –¡cuántos detalles liados por culpa de la homonimia podría habernos aclarado si conocieramos su declaración!– y el de Francisco del Canto; dudo que también el de Vicente de Millis. Cuando llegamos al siglo XVII todos aquellos impresores habrán desaparecido y encontraremos activos únicamente los talleres de Juan Godínez de Millis y Cristóbal Lasso Vaca, a cuyos nombres podemos unir en 1603 los de Pedro Lasso de la Peña, Tomás Lasso de la Peña y Franicsco García. En 1609 ya ninguno continúa en Medina. El atractivo de Valladolid, sede la Corte entre 1601 y 1606, era irresistible. Las visitas ordenadas por Felipe II, en el caso de Salamanca, serían quizá seis: a los talleres de Matías Gast, de Juan Bautista de Terranova, de Pedro Lasso Vaca, de Alejandro de Cánova, de Domingo de Portonariis y de Juan Perier; en todos los casos las respuestas quizá reflejasen una manifiesta estabilidad, una palmaría continuidad, incluso en el uso de las cajas, consecuencia de la útil cercanía de la Universidad y de la presencia en la ciudad de muchos autores.

 
Luis del Mármol Carvajal: Primera parte de la descripcion de Affrica [...].
En Granada, en casa de Rene Rabut,
vendese en casa de Iuan Diaz, 1573.
 


Puede resultar de interés recordar en este momento un acontecimiento, que ya he mencionado, ocurrido hacía algunos años: el inicio de actividad impresora en Madrid a partir de 1566. Tal hecho provocó una manifiesta recesión en la actividad impresora y editorial en otras ciudades, como en el caso de Alcalá de Henares, aunque no debe exagerarse, pero ciertamente motivó a la larga una emigración de impresores desde la villa del Henares a la corte. En el caso de Salamanca no tuvo tal acontecimiento incidencia negativa de ningún tipo. Quizá en Sevilla se notó mucho más: el descubrimiento de ediciones allí realizadas, contrahechas de obras de éxito impresas en Madrid, puede ser claro indicio. En el año 1572 se visitarían allí tres talleres, los de Alonso Escribano, Fernando Díaz, Alonso de la Barrera, y quizá otro más, el de Alonso Picardo. Tres igualmente eran los talleres activos en Valladolid: los de Adrián Ghemart, Bernardino de Santo Domingo y Alonso Fernández de Córdoba. Anastasio Rojo Vega(11), que ha ofrecido el mejor análisis de la situación de los talleres de imprenta del Noroeste peninsular en el siglo XVII, nos permite descubrir una continuidad en la situación, que refleja la documentación de la visita ordenada por Felipe II en 1572, hasta al menos el segundo decenio del siglo siguiente. Insiste repetidamente en el cambio producido en 1610 en Valladolid: “hasta entonces los impresores gozaban de una relativa autonomía y de bienestar dentro de lo posible. Podían imprimir, incluso, libros a su costa. A partir de 1610 pasan a depender absolutamente de capitales ajenos, acabando en el mejor de los casos como empleados de una serie de imprentas institucionales que van surgiendo en la ciudad”. Recuerda Colegios, Conventos, la Chancillería, la Universidad, el Santo Oficio y la Catedral, esta última en relación con la impresión de las cartillas. Hay que insistir en la situación excepcional ocasionada por el traslado de la corte a la ciudad. Allí acuden impresores y libreros, que casi en su totalidad la abandonarán cuando la corte retorne a Madrid. El autor citado ha recordado el detalle significativo de la instalación de un taller de imprenta por parte del licenciado Várez de Castro, quien justamente en ese año 1610, un año “fatídico” insiste, lo venderá. Merece la pena repetir unos datos: los 10 talleres activos en 1603 han quedado reducidos a 4 en 1610.

Por tierras aragonesas, valencianas y catalanas

¿Cuál era la situación en los talleres activos en tierras de la Corona de Aragón? Por las fechas de las visitas recordadas y los años siguientes descubrimos que los títulos de impresor del Reino de Aragón y de impresor de la Universidad, es decir el cumplimiento de encargos institucionales, permitirán a algunos talleres una estabilidad económica y un alto nivel de producción en Zaragoza, en Barcelona y en Valencia. Frente a la situación castellana con una manifiesta dispersión de ciudades con imprenta, en el caso de las tierras del Reino de Aragón continúa vigente la ya antigua concentración de los talleres en las tres grandes ciudades.

En el caso de Zaragoza disponemos de rica información gracias a la intensa labor intestigadora de Ángel San Vicente Pino(12), generosamente compensada por los archivos, que nos confirma detalles de enorme interés para comparar con los bien conocidos en el caso de Alcalá de Henares y Granada: “los datos sobre el número de prensas existentes en ciertas imprentas zaragozanas nos llevan de una a dos y, excepcionalmente, a tres”; “durante la segunda mitad del siglo XVI en las prensas zaragozanas el mayor cuidado puesto en diseñar y realizar una obra impresa corresponde a las ediciones de la obra de Zurita, desde el papel exigido hasta la tipografía, tintas y presentación de páginas, etc., siempre bajo las indicaciones del editor, la Diputación del Reino de Aragón”; respecto al papel se documenta la abundancia del de la tierra, procedente de Villanueva de Gállego, salvo en el caso de ediciones especiales, como la de los Anales de Jerónimo Zurita, para la que se utiliza el procedente de Lyón, o en otros casos el procedente de Génova; y finalmente “en los documentos zaragozanos la exigencia de corregir los pliegos con erratas es habitual, en ciertos casos muy estricta (obras de Zurita, de teología o derecho, etc.) sobre cada pliego acabado de timbrar (desde la forma)”(13). Pero la crisis generalizada afectó a toda la península, con el tema del poco papel y además de mala calidad siempre a la vista, así como el de la nula capacidad económica de los talleres de imprenta. Esperanza Velasco de la Peña(14) ofece un panorama a comienzos del siglo XVII que en nada ha cambiado realmente la situación de la segunda mitad del siglo XVI. Es noticia sin duda significativa el dato indicado por dicha estudiosa sobre que “Lorenzo de Robles, impresor del Reino y de la Universidad, abandonó la ciudad antes del 9 de octubre de 1612 para marcharse a Flandes, uno de los principales centros impresores de la época, en busca de nuevos horizontes”. Tanto más significativo si recordamos que su taller funcionaba en Zaragoza desde el año 1582.

No estará de más tampoco recordar la conclusión de Ricard Blasco(15) después de poner de manifiesto el buen hacer de los Mey en Valencia, en el siglo XVI: “Malgrat l’esplendor d’alguns notables espècimens, la impremta patí a València, durante el Sis-cents, com gairebé arreu, un gradual procés de decadència material. Baixà de nivell la presentació dels llibres, amb papers i tintes de qualitat inferior, escassos marges, composició massa apilotada i caràcters poc originals i desgastats. Si té interès la seua producció des del punt de vista bibliogràfic, és per ser vehicle de la Contrareforma. Els seus aspectes formals, però, no atrauen gaire”.

El panorama ofrecido por Manuel Llamas(16) respecto a Cataluña es coincidente: “Al llarg del segle XVII continua la decadència iniciada a la segona meitat del XVI, en part perquè dumant el llibre es projecten una colla de restriccions legals, censures, costos i, per primer cop, impostos (per exemple, els que gravaven la importació de paper), aplicats a causa de les dificultats financeres d’un Estas empobrit per les guerres. La situació defavorable del negoci i el comerç del llibre encara es veu agreujada, segons Pere Bohigas, pels abusos en la concessió de privilegis d´impressió, alguns dels quals, obtinguts per ordes religiosos, exempts de tributs, perjudiquen notèriament els llibreters-editor. Tot i que sovintegen els tiratges entre 1.000 i 3.000 exemplars, la modèstia i la mediocritat tipogràfica són absolutes. Es devaluen el paper (bast i poc consistent), els tipus (gastats i adotzenats) i la tinta (de mala qualitat i, per torna, corrosiva). De més a més, la composició de la pàgina resulta atapeïda i mal justificada, el tiratge, irregular, els marges, esquifits, i els gravats, tirant a escassos. Tan sols un elemnt s’escapa d’aquesta degradació general: l’ornamentació, influïda per la grandiloqüència barroca i facilitada per les possibilitats de la calcografia (gravat en coure). De fet, però, la calcografia, molt fidel en la reproducció d’imatges, era un procediment car, de manera que només s’usa en edicions selectes i de preu”.

Los talleres navarros

Por último, hay que llegarse a tierras navarras. Tampoco está en mi propósito citar todos los impresores conocidos, cuanto caracterizar lo principales talleres.

En 1564 había fallecido en su Estella natal el gran maestro Miguel de Eguía. Adrián de Amberes continuará activo, también y quizá más especialmente como librero, en dicha ciudad hasta 1567. Su traslado a Pamplona debió motivarlo el deseo de convertirse en impresor oficial del Reino de Navarra, pero no puede afirmarse que le fueran nada bien las cosas. En un libro reciente María Isabel Ostolaza Elizondo(17) concluía la presentación de la desafortunada peripecia del impresor con las siguientes palabras: “Adrián de Anvers es por tanto un impresor que como otros contemporáneos destaca por la técnica y calidad de su trabajo, pero que sufre de una gran precariedad económica a la hora de desarrollarlo, dependiendo para su supervivencia de encargos particulares de los propios autores o sus herederos (las obras de Nebrija), o de editores poderosos de otros reinos, que buscaban abaratar el coste de las impresiones de aquellas obras que se habían vendido bien y se querían reeditar porque había demanda en el mercado. Por si fuera poco sufre las consecuencias de las disposiciones de control librario emitidas en los años más duros de la contrarreforma católica. Las instituciones importantes del reino de Navarra, es decir el Consejo Real pero sobre todo las Cortes, con sus encargos regulares, le ayudan a sobrellevar el negocio pues la edición de la legislación del Reino, junto con los impresos de documentos necesarios para asuntos relacionados con los procesos civiles (cartas de poder y procuración, cartas de fianzas, cartas de obligación), además de otras disposiciones oficiales de gremios, e instituciones públicas (aranceles, reglamentos, estatutos), aunque productos menores y de escasa tirada, son los únicos que no tienen peligro de secuestro, mostrándose como los únicos seguros para el negocio editorial”.

 
Francisco Aguilar:
Pro valentina medicorum schola aduersus Bernardum Caxanes Barcinonensem medicum [...].
Valentiae Edetanorum:
apud Philippum Mey, 1594.
 


Tomás Porralis de Saboya, yerno del anterior, igualmente compatibilizó el trabajo del taller de imprenta con la librería. A finales de 1571 salía de la carcel por una deuda impagada y en 1572, concretamente el sábado 13 de septiembre, no se encontraba en Pamplona: declara su mujer, María Pérez de Amberes, que el impresor estaba en Tudela, y aunque al siguiente martes, 16 de septiembre, se visita el taller en cumplimiento de lo ordenado por Felipe II ningún detalle de interés nos ofrecen los visitadores, interesados como estaban sólo en descubrir la presencia de libros expresamente prohibidos en la privisión real(18). Es claro que en el taller pamplonés atiende las necesidades de las Cortes Generales y podemos sospechar que la actividad del taller tudelano está relacionada con el Estudio de Gramática regentado por Pedro Simón Abril. En cualquier caso el taller de Tomás Porralis logró suficiente estabilidad y continuará activo gracias a su hijo Pedro, quien solicitó en 1593 a las Cortes se trasfiriese a su persona el nombramiento de impresor del Reino de que disfrutó su padre. Tres años más tarde cesa la actividad de este taller.
Pedro de Borgoña no es mucho más que un nombre que permite recordar que todavía existían impresores ambulantes, en este caso ejerciendo a la vez de soldado. Matías Marés es con todo el mejor ejemplo de impresor ambulante. Lo encontraremos entre los años 1566 y 1609 en Salamanca, Burgos, Bilbao, Logroño, Santo Domingo de la Calzada, Pamplona e Irache. El taller pamplonés atiende especialmente encargos institucionales, de las Cortes y del Consejo de Navarra.

 
Pedro Vaez:
Apologia medicinalis [...].
Barcinone, ex Typographia
Sebastian a Cormellas, 1593.
 


Algunas conclusiones

Interesaba recoger algunas opiniones sobre la situación de los talleres de imprenta españoles en el medio siglo largo que incluye el cambio del XVI al XVII, coincidente con la vida de Miguel de Cervantes. Procuraré ahora una visión global, igualmente con testimonios autorizados.

Sin duda la preocupación por las muchas erratas llega a ser obsesiva y la solución no llegó fácilmente a todos los talleres si tomamos en consideración lo indicado por Alonso Víctor de Paredes en su Instrucción y origen del Arte de la Imprenta y reglas generales para los componedores, cuya escritura con tipos se sitúa circa 1680(19). Es testimonio bien conocido pero digno de nueva cita: “hallo quatro suertes de Correctores diferentes, que el tiempo, y el poco vtil de las impressiones ha ocasionado algunos. El primero es, quando el Corrector es buen Gramático, y entendido en la Teología, Iurisprudencia, o otra qualquiera ciencia; pero no ha sido Impressor: este tal corregirá admirablemente Latín, y Romance, con toda perfección: mas si le ponen vna plana traspuesta, vn folio errado, e vna signatura trocada, cómo lo corregirá si no lo entiende? El segundo es, cuando el Corrector es Impressor, y juntamente Latino, y algo leído en historias, y en otros libros, como yo he conocido algunos; y no ay duda sino que éstos son más a proposito. El tercero es, quando el poco vtil de las impressiones no da lugar a más, y es preciso encargar la corrección al más experto Componedor co[n] quien se halla en su casa el Maestro, aunque sea Latino: este tal puede suplirse si en hallando alguna dificultad en el Latín lo consulta con el Autor, o con personas entendidas, y se sujeta al mejor parecer. El quarto es, quando el dueño de la Imprenta no es Impressor, sino Mercader de libros o son viudas, o personas que no lo entienden: y no obstante quieren corregir o lo encargan a personas que apenas saben leer: a estos tales, quién los puede llamar Correctores? ni qué obras de cuidado se les puede fiar?...”.

¿No refleja este análisis una situación de nuestros talleres de imprenta, cuando el siglo XVII camina a su fin, prácticamente idéntica a la denunciada por los dueños de las imprentas granadinas y complutentes cien años atrás? No era opinión personal del cajista mencionado, pues encontramos en el Syntagma de Arte Typographica de Juan Caramuel(20) afirmaciones en la misma línea: “Muchos impresores ávidos de lucro no admiten demoras y se niegan a corregir las formas, por mucho que reclame el autor”, y “Si el libro se imprime a expensas del impresor se corrige con todo cuidado, Si es a cuenta del autor o del librero, con poco o con ninguno. ¿Y porqué?: si se corrige bien tiene más compradores y sube de precio. Por eso el impresor es diligente si se trata de su negocio y negligente cuando es ajeno”. No es, pues, una situación excluiva de los talleres españoles, puesto que dicho autor alude a impresiones de talleres foráneos.

De la visita recordada hemos de sacar algunas conclusiones, teniendo muy en cuenta una precisión de Jaime Moll: “Pasemos a considerar los distintos elementos que intervienen en la creación y difusión del libro impreso. La industria gráfica ocupa un puesto destacado y visible en la producción material del libro. Sin embargo, si exceptuamos a impresores que actúan a veces como editores, la industria gráfica es dependiente de la industria editorial, que contrata sus servicios e impone las condiciones que guiarán la realización de la impresión, con lo que el producto resultante, el libro, reflejará nomalmente las exigencias y deseos del editor, más que las posibilidades de calidad que puede satisfacer el impresor”(21). Nos lo han repetido en los talleres: disponen, podemos deducir que la mayoría, de los operarios y del instrumental necesarios. La procedencia extranjera de muchos de aquéllos muestra que España continúa atrayendo a unos artesanos que llegarían sin duda sospechando, quizás no equivocadamente, buenas condiciones laborales. Sus cajas de tipos reflejan la capacidad técnica de los talleres, muy diversificada ciertamente, pero en todos los casos, si acude en ayuda del impresor la aportación económica necesaria, todos han asegurado que serían capaces de fundir o adquirir los tipos requeridos. El tema del papel se resolvería de idéntico modo. Falló, pues, claramente en España la industria editorial y consecuentemente impidió el desarrollo de la industria gráfica. En una denuncia presentada en Madrid, el 8 de diciembre de 1651, ante los Alcaldes de Casa y Corte, contra tres libreros, a instancia de un importante número de impresores, se ponía el dedo en la llaga, al acusar a los libreros editores de ser los responsables directos de la muy baja calidad de los impresos, ya que “imprimiendo los libros a su costa, no contentos con una moderada ganancia, buscan el peor papel, cargando las planas con letra menuda y sin dejar márgenes, para que el libro que había de llevar cien pliegos se imprima en ochenta y redunde todo en mayor utilidad de los susuodichos. Y esto se manifiesta claramente de que los libros impresos por los mismos autores son incomparablemente mejores que los impresos por libreros”(22). Ya se ha desechado –¿definitivamente?– el cliché que en demasiadas ocasiones ha perturbado el entendimiento preciso de esta situación: la afirmación de que la causa de la decadencia de nuestra industria gráfica fue un privilegio concedido por Felipe II a Cristóbal Plantino, el gran editor-impresor-librero de Amberes, para la impresión de los libros del Nuevo Rezado, acordes con la normativa y uniformidad fijadas por el Concilio de Trento. Las visitas ordenadas por el rey en 1572 a los talleres de imprenta españoles estaban orientadas precisamente a conocer las posibilidades internas para acometer tamaño negocio(23).

Cerraré mi ligero comentario con un testimonio repetidamente mencionado: la carta de Pedro López de Montoya al consultor mayor de Felipe II, Mateo Vázquez de Lecca, del 19 de julio de 1598, en la que literalmente se dice: “... es increíble la dificultad con que negocian los authores de los libros, porque para que se encomienden a quien los vea pasan mill trabajos y muchos más después de haberse encomendado para que se despachen y se vean, y en las licencias y privilegios que yo he sacado para ciertos libros que he de imprimir he tenido tal experiencia desto que estoy determinado a embiar los otros fuera destos reynos, aunque tengo gran esperanza que v.m. ha de hacer en este negocio tanto bien y merced a la Republica y a los hombres de letras que desta vez quede todo como conviene...”(24). Es durísima alusión a las consecuencias de la Pragmática sobre la impresión y libros, dada en Valladolid, a 7 de septiembre de 1558, por dicho monarca, que ocasionará una tupida telaraña administrativa, embarazosa y lenta de desenredar(25).

 

Anotaciones:

1 No me dejará por mentiroso el análisis del autorizado, exhaustivo y espléndido repertorio de Juan Delgado Casado, Las bibliografías regionales y locales españolas: (Evolución histórica y situación actual). Madrid, Ollero y Ramos, 2003.

2 Véase su artículo “¿Qué imprenta pudo visitar Don Quijote en Barcelona?”, Anuario Tipográfico Neufville, 1912, pp. 189-200, y además la extensa nota en la edición del Quijote de Clemente Cortejón, continuada por Juan Givanel Mas y Juan Suñé Benages, Madrid, Victoriano Suarez, 1913, VI, pp. 289-300.

3 Recuerda las opiniones diferentes a la suya, de Luis Carlos Viada y Lluch y de Joan Givanel i Mas, el propio Eudaldo Canibell en Don Quijote en una imprenta. Frankfurt a. M., Bauersche Giesseret, [1924], p. 9.
También al taller de Sebastián de Cormellas atribuyó la impresión del Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda en ya antigua fecha Francisco Vindel en La verdad sobre el “falso Quijote”. Barcelona, Antigua Librería Babra, 1937: “Primera parte. El ‘falso Quijote’ fue impreso en Barcelona por Sebastián de Cormellas”, pero véase la defensa de la fiabilidad del pie de imprenta de Tarragona, Felipe Roberto, 1614, por parte de Juan Salvat y Bove, en La imprenta en Tarragona. Siglos XV-XVII. Tarragona, Ayuntamiento, 1977, pp. 85-90.

Sebastián de Cormellas”, pero véase la defensa de la fiabilidad del pie de imprenta de Tarragona, Felipe Roberto, 1614, por parte de Juan Salvat y Bove, en La imprenta en Tarragona. Siglos XV-XVII. Tarragona, Ayuntamiento, 1977, págs. 85-90.

4 Remito a mis indicaciones sobre los diversos aspectos a analizar en un impreso antiguo incluidas en Los libros impresos antiguos. Valladolid, Universidad. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2004.
(Colección Acceso al saber. Serie Libros y Literatura, 2).

5 Examínese el utilísimo “Índice de lugares e impresores” incluido por Juan Delgado Casado en su Diccionario de impresores españoles (Siglos XV-XVII). Madrid, Arco Libros, 1996, II, págs. 769-803.

6 “Visita a las imprentas granadinas de Antonio de Nebrija, Hugo de Mena y René Rabut en el año 1573”, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, XXIV (1968), 1-2, pp. 75-110.

7 “Felipe II y la imprenta en la Universidad de Alcalá”,
en José Martínez Millán, dir.: Felipe II (1527-1598): Europa y la monarquía católica. [Madrid], Parteluz, [1998], IV, pp. 235-262.

8 Una presentación más detallada puede verse en mi trabajo “Alcalá de Henares, 1547-1616: Talleres de imprenta y mercaderes de libros”, en Cervantes y Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1997, pp. 3-9.

9 Véase el capítulo de Alfredo Vilches Díaz sobre “Primeros pasos. El siglo XVI”, en La imprenta en Granada. Introd. Antonio Gallego Morell, coord. Cristina Peregrín Pardo, rev. científica y técnica Cristina Viñes Millet. Granada, Universidad y Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, 1997, pp. 21-41. Se descubre la continuidad de la situación presentada por los impresores granadinos entrevistados en el capítulo sobre “La consolidación de la imprenta. El siglo XVII” de María José López-Huertas Pérez incluido en la misma obra, pp. 73-103.

10 Véase la comunicación de Hilario Rodríguez de Gracia sobre “Memoriales de arbitristas impresos sin pie de imprenta realizados en Toledo durante el primer tercio del siglo xvii, en: I Jornadas sobre Patrimonio Bibliográfico en Castilla-La Mancha. 12, 13 y 14 de Noviembre de 2003. Toledo: Actas, Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2004, pp. 162-171.

11 Impresores, libreros y papeleros en Medina del Campo y Valladolid en el Siglo XVII. [Valladolid], Junta
de Castilla y León. Consejería de Cultura y Turismo, 1994, pp. 11-21.

12 En “El universo del libro en la ciudad de Zaragoza durante el reinado de Felipe II”, en Mundo del libro antiguo. Dir. por Francisco Asín Remírez de Esparza. Madrid, Editorial Complutense, 1996, pp. 11-23, presentaba los talleres, y ahora, en sus Apuntes sobre Libreros, Impresores y Libros localizados
en Zaragoza entre 1545 y 1599: II: Los Impresores
. Zaragoza, Gobierno de Aragón. Departamento de Cultura
y Turismo, 2003, nos invita literalmente a visitarlos
(pp. 6-15).

13 Véase además el minucioso análisis ofrecido por Manuel José Pedraza Gracia en “Poder político e imprenta
en el Renacimiento en la Península Ibérica: el libro y la Diputación del Reino de Aragón en los siglos XV y XVI”, Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, 29 (2004), pp. 295-320.

14 Impresores y libreros en Zaragoza 1600-1650. Zaragoza, Institución “Fernando el Católico” (C.S.I.C.), 1998, pp. 31-249. Véase además el estudio de dicha autora, conjuntamente con Natividad Herranza Alfaro:
“La imprenta zaragozana en el Siglo de Gracián”, en Libros libres de Baltasar Gracián: Exposición bibliográfica, 21 de noviembre a 6 de enereo de 2002, Sala “Hermanos Bayeu”, Zaragoza. [Zaragoza], Gobierno de Aragón, 2001, pp. 143-191.

15 “Síntesi històrica de la impremta valenciana”, en La impremta valenciana: [exposición]: Llotja dels Mercaders, 20 de novembre de 1990 a 12 de gener de 1991, València. València, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana, 1990, pág. 73.

16 L´edició a Catalunya: segles XV a XVII. Amb la col·laboració de Montse Ayats. Barcelona, Gremi d´Editors
de Catalunya, 2002, pp. 231-232.

17 Impresores y libreros en Navarra durante los siglos XV-XVI. Pamplona, Universidad Pública de Navarra, 2004, pp. 37-38.

18 Véase José García Oro-María José Portela Silva: Felipe II y los libreros: Actas de las visitas a las librerías
del Reino de Castilla en 1572
. Madrid, Editorial Cisneros, 1997, pp. 82-89.

19 Ed. y pról. de Jaime Moll. Nueva noticia editorial de Víctor Infantes. Madrid, Calambur, 2002.
(Biblioteca Litterae, 1), f. 42 y 42v.

20 Ed., trad. y glosa de Pablo Andrés Escapa. Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004, pág. 131.

21 El panorama, aquí mínimamente presentando, se ofrece con el necesario y autorizado desarrollo en su artículo “El impresor y el librero en el Siglo de Oro”, en Mundo del Libro Antiguo. Dir. por Francisco Asín Remírez de Esparza. Madrid, Editorial Complutense, 1996, pp. 27-41, donde se encontrará
una cita detallada de otros trabajos previos de interés sobre la misma problemática. Un breve resumen posterior, sobre “La edición entiempo de Felipe II” se ha incluido en Felipe II En la Biblioteca Nacional: [exposición]. Madrid, Biblioteca Nacional y Electra España, [1998], pp. 28-30.

22 Tomo la cita del interesante artículo de Jaime Moll: “De impresores y libreros: un pleito de 1651”, en Varia Bibliographica: Homenaje a José Simón Díaz. Kassel, Edition Reichenberger, 1988 (Teatro del Siglo de Oro. Bibliografías y catálogos, 8), pp. 484-490.

23 Véase el trabajo de Jaime Moll sobre “Plantino y la industria editorial española”, en Cristóbal Plantino: Un siglo de intercambios culturales entre Amberes y Madrid. Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 1995, pp. 11-30, donde se encontrará la cita de otros dos trabajos previos sobre el inexistente “privilegio”.

24 El texto completo lo ofreció Cristóbal Pérez Pastor en su Bibliograìfa Madrileña: Descripción de la obras impresas en Madrid (Siglo XVI). Madrid, Tipografía de los Huérfanos, 1891, I, pp. 248-250.

25 Tomo la expresión de José Manuel Lucía Megías en “La Pragmática de 1558
o la importancia del control del Estado en la imprenta española”, Indagación: Revista de Historia
y Arte, 4 (1999): In memoraim de José Francisco de la Peña Gutiérrez
, pp. 195-220.

 
 


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