El Quijote en el mundo. Traducciones de los siglos XVII y XVIII

Carlos Alvar
Université de Géneve
Centro de Estudios Cervantinos (Alcalá de Henares)

La difusión del
Quijote en el mundo debe mucho a las traducciones que se han ido sucediendo desde el siglo XVII, es bien sabido; pero no sólo, pues con frecuencia se olvidan las recreaciones a que dio lugar la novela o algún episodio de la misma en el teatro, la ópera, el ballet o en las artes figurativas. Cervantes era conocedor de las dificultades y abusos de las traducciones, y en varias ocasiones alude a este trabajo:

Me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. (Quijote, II, 62)

En las páginas que siguen me voy a limitar a señalar los hitos más importantes en la traducción de la obra.

1. El siglo XVII.

1612. La primera versión del Quijote a otra lengua es la realizada por el inglés Thomas Shelton, al servicio del “muy honrado, muy buen señor, el señor de Walden”, que debe identificarse con Theophilus, Lord Howard of Walden, primogénito del conde de Suffolk. El traductor, del que no se sabe nada más, comenzó su trabajo hacia 1607 y lo tenía concluido el año antes de la publicación, cuando la inscribe en el registro del gremio del papel (“Register of the Stationers’ Company”). Vio la luz en Londres, gracias a Edward Blount y William Barret, con el título de The History of the valerous and wittie Knight-Errant, Don Quixote de la Mancha.

El mismo Shelton completaría en 1620 su versión de la obra con la incorporación de la Segunda Parte del Quijote. A partir de 1652 se publican las dos partes juntas.

Posiblemente utilizó para su trabajo la edición de Bruselas (Roger Velpius, 1607), para la Primera Parte y un ejemplar de la edición madrileña de 1615 para la otra.

Según declara el traductor en el prólogo, realizó la traducción a instancias de un amigo que no conocía la lengua de Cervantes, y tardó en llevarla a término apenas cuarenta días.

Sin duda, fue ésta la versión –quizás aún no impresa– que conoció Shakespeare, dando lugar a la tragicomedia The History of Cardenio (1612), resultado de la colaboración de John Fletcher (1579-1625) y el dramaturgo: parece obvio que el tema central se encuentra en los episodios pastoriles de Sierra Morena (Quijote, I, 24-29).

 
Frontispicio.
The History of Don Qvichote. The second part.
London, 1620.
 


En todo caso, la traducción de Shelton refleja el interés existente en Inglaterra por la literatura española, que ya se había manifestado en 1611 con la traducción de otro episodio del Quijote, el del Curioso impertinente, realizada por Massinger sobre el relato incluido en el cap. 32 de la Primera Parte, y que pudo tener vida independiente, si se da fe al hallazgo del ventero, que saca del arca un legajo con la historia de los dos amigos florentinos (II, 47) y a la difusión de la novelita como unidad exenta.

Naturalmente, los traductores posteriores criticaron el trabajo de Shelton, al que no faltan defectos como es previsible, pero que cuenta con el inestimable mérito de la proximidad cronológica al original.

1614. Muy distinto es el caso de la traducción francesa, aparecida dos años más tarde, obra de César Oudin, con el título de L’Ingénieux Don Quixote de la Manche composé par Michel de Cervantes, y la aclaración traduit fidèlement d’espagnol en français. Nacido en la provincia de Bassigny (entre Lorena y Champaña), en fecha desconocida, era hijo de un notable prevoste, y estuvo al servicio de Enrique IV, a la sazón rey de Navarra. Sus conocimientos lingüísticos le valieron que fuera enviado en diversas misiones diplomáticas, especialmente a Alemania, y el nombramiento de intérprete real (1597), cargo que ostentó hasta su muerte en 1625.

Su interés por el español se manifiesta en una Gramática (1597), una traducción de Refranes y proverbios (1605), el Tesoro de las dos lenguas (1607), la versión de los Diálogos muy amenos (1608) y la Silva curiosa de Julián Medrano (1608), en cuya traducción francesa añadió El curioso impertinente, que había sido publicado por Nicolas Baudouin como texto exento en el mismo año. Además, Oudin tradujo La Galatea (1611), de manera que la traducción de la Primera Parte del Quijote, en 1614, es el resultado de un largo proceso de formación y estudio. El rey Luis XIII recompensó el esfuerzo realizado con la cantidad de 300 libras.

Esta traducción tuvo gran éxito y se reimprimió en varias ocasiones (1616, 1620, 1625, llegando a sumar ocho ediciones hasta 1665), y aún hoy se suele publicar como una versión “clásica”: la exactitud del vocabulario contrasta con el escaso rigor de Shelton, y la introducción de hispanismos –a veces necesarios– no altera especialmente el tono y acierto general. Oudin prescinde de muchas composiciones en verso y sustituye la dedicatoria al Duque de Béjar por la suya, dirigida al rey Luis XIII.
En 1618 François de Rosset publicó la traducción de la Segunda Parte. Desde 1639 aparecen los dos volúmenes juntos.

1622. Tampoco es mucho lo que se sabe del primer traductor del Quijote al italiano, Lorenzo Franciosini, salvo que nació en Florencia, enseñó el español en Siena y Pisa, vivió algún tiempo en Venecia (1622-1626), donde publicó su traducción de la novela de Cervantes, en las prensas de Andrea Baba.

Como Oudin, Franciosini es también un hispanista, autor de un Vocabulario Español e Italiano e Italiano e Spagnolo (Roma, 1620) y una Gramática de las dos lenguas (Venecia, 1624), según el modelo fijado por Oudin.

No extraña, pues, que Franciosini utilizara también la traducción de Oudin, aunque su versión parte del texto castellano.
Tuvo poco éxito esta traducción, pues a lo largo del siglo XVII sólo se reeditó una vez (Roma, Giuseppe Corvo, 1677), y a pesar de ser la única existente en italiano, a lo largo del siglo siguiente apenas se publicó cuatro veces (Venecia, entre 1772 y 1795), y habrá que esperar hasta 1818 para encontrar una nueva traducción en italiano, la de Bartolomeo Gamba (Venecia, Alvisopoli), lo que hace pensar que la novela de Cervantes no gozó de gran reputación, quizás por culpa de Franciosini, que transmite la obra como una variante cómica de los libros de caballerías, quizás por la existencia en Italia de una riquísima tradición caballeresca de gran implantación (Pulci, Boiardo, Ariosto), o por la presencia de textos heroico-cómicos de carácter popular, sin contar con dos factores socioculturales no menos significativos: la animadversión hacia España, que ocupaba una parte del territorio de la Península Itálica, y la capacidad de los lectores cultos de comprender el español, lo que en gran medida haría innecesarias las traducciones, como ocurrió también en Portugal; así, Vittorio Alfieri (1749-1803) leyó la novela en francés y, con motivo de un viaje por España, pudo adquirirla y leerla en español.

 
Cervantes Saavedra, Miguel de: L’ingegnoso cittadino don Chisciotte della Mancia / composto da Michel di Cervantes Saavedra; et hora nuouamente tradotto con fedeltà, e ciarezza, di spagnuolo, in italiano da Lorenzo Franciosini [...].
In Roma: nella stamperia di Giuseppe Coruo e Bartolomeo Lupardi [...], 1677.
 


Franciosini no siempre traduce literalmente, sino que se inclina más bien a captar el sentido y adaptarlo al italiano. En esta tendencia a la adaptación, prescinde –como Oudin– de los poemas que se encuentran a lo largo del texto, por no “parecerle esenciales para comprender la prosa”.

1648. En esta fecha se publica la primera traducción alemana del Quijote, atribuida a Pasch Basteln von der Sohle pseudónimo bajo el que se esconde, al parecer, Cäsar von Joachimsthal (a. 1588-post. 1628), que ya en 1624 aparecía en el catálogo de la feria de Leipzig como autor de la traducción; es posible que ya para esa fecha estuviera el manuscrito en posesión del editor, pero lo cierto es que en sucesivos catálogos (al menos en 1644 y 1647) se anuncia la publicación de la obra, sin que conste que realmente vio la luz.

Cäsar von Joachimsthal era de la Alta Sajonia; al servicio de diferentes príncipes alemanes viajó por el occidente europeo, y estuvo en Inglaterra, Francia y España. Estudioso y hombre de letras, había traducido algunos cuentos (novellae) de Bandello del francés al latín, y lo mismo había hecho con el Examen de ingenios de Huarte de San Juan, vertiéndolo del castellano al latín; con el pseudónimo de Aeschacius Major Dobreboranus tradujo el Espejo del príncipe de Paciani, del italiano al alemán.

La traducción llega hasta el final del capítulo 22 de la Primera Parte, prescindiendo de cuanto le pareció superfluo o ajeno a la acción principal, y “convirtiendo las descripciones cervantinas en caricaturas grotescas”, en palabras de H. Partzsch, con un estilo barroco, recargado, muy del gusto de la época, pero con gran habilidad a la hora de trasladar giros idiomáticos del español. Como base debió utilizar un ejemplar en español de la segunda edición, aunque conocía también las versiones inglesa y francesa.

 
Inicio primera parte.
Dordrecht, 1657.
 

1657. Lambert van den Bos (o Lambertus Sylvius) nació en Helmond (¿?), entre 1620 y 1625 y probablemente murió en Vianen, hacia 1698. Conocido hombre de letras, cultivador de la poesía, historiador y traductor, su trayectoria vital es bien conocida. Fue nombrado co-rector de la escuela de latín de Dordrecht en 1654, pero en 1671 fue destituido del cargo, acusado de alcoholismo; abandonó Dordrecht para instalarse en Bewerwijk y, luego en Amberes y Vianen, localidad en la que posiblemente murió.

Su traducción del Quijote, aparecida en Dordrecht en 1657 (en casa de Jacobus Savry) con el título de Den verstandigen, Bromeen Ridder Don Quichot de la Mancha, añadía el nombre del autor (“Geschreven door Miguel de Cervantes Saavedra”), y anotaba que había sido traducida directamente del español, junto con las siglas del traductor (“En un uyt de Spaensche in onse Nederlantsche tale overgeset, door L.V.B.”).

La traducción se editó al menos en siete ocasiones hasta 1732, a pesar de que no siempre es fiel al original, sino que mantiene una gran libertad, pues Lambert van den Bos ha preferido traducir por el sentido, reforzando algunas expresiones o suprimiendo otras.
Pero quizás el aspecto más importante de esta edición es que se trata de la primera edición del Quijote ilustrada, con un conjunto de 24 estampas en las numerosas ediciones en neerlandés, que darían lugar a un conjunto más amplio (34 ilustraciones tiene el texto español publicado en Amberes en 1672 y 1673) y a imitaciones populares, como ha estudiado Lucía Megías.

1677. La última traducción importante del siglo XVII apareció en cuatro volúmenes, sin nombre de traductor y con el título de Histoire de l’Admirable Don Quixotte de la Manche (Paris, Claude Barbin, 1677-1678). Dedicada al Delfín, iba acompañada de un bosquejo sobre la vida y la obra de Cervantes a cargo de M. Auger.

En el prólogo (en realidad, advertencia acerca de la traducción), se indica que la versión anterior en francés –la de Oudin y Rosset– resultaba demasiado anticuada y excesivamente dependiente del texto original, pues “sin duda –dice– creía que lo que es bueno en una lengua no puede dejar de serlo en otra”, razones suficientes para emprender una nueva versión, más acomodada al genio y gusto de los franceses, según exigen los nuevos tiempos. En efecto, al obrar así, el traductor no hace sino acomodarse a los tiempos que corren, en que las traducciones tienen que ser, ante todo, bellas; la fidelidad queda relegada a un segundo o tercer plano (son las “belles infidèles”), como ya señalaba P. D. Huet en sus dos libros De interpretatione (1680).

Naturalmente, la intervención del traductor afecta a los aspectos habituales (digresiones morales, refranes, poesías…), y aún más importante, al final de la novela: Don Quijote no muere, quedando así abierta la posibilidad a todo tipo de continuaciones, que no tardarán en llegar (en 1695 y 1713, respectivamente de Filleau de Saint-Martin y de Robert Challe).

La traducción había salido del círculo jansenista de Port-Royal, que había promovido una importante reforma pedagógica a través de las “Petites Écoles”, con gran influjo entre los miembros de la nobleza y de la Casa Real, y entre intelectuales como Pascal y Racine. No tardaron los jesuitas en atribuir la traducción a uno de los hermanos Arnauld, que fueron de los primeros y más destacados miembros de Port-Royal, en lo que seguramente era un intento de desprestigiar a quienes constituían un poderoso enemigo intelectual. Más tarde, la traducción se adscribió a Filleau de Saint-Martin, hermano del primer editor de las Pensées de Pascal, Filleau de la Chaise.

La traducción tuvo un enorme éxito, como atestiguan las 37 reimpresiones a lo largo del siglo XVIII, su uso por lectores franceses y no franceses (alemanes, italianos, etc.), las abreviaciones de que fue objeto, y porque no tardó en convertirse en el modelo original seguido por otros traductores, como el de la versión alemana de Nüremberg, 1696, Teils, autor de la traducción rusa cien años más tarde, o el conde F. Podoski para la versión polaca de 1786.

2. El siglo XVIII.

1742. El editor Tonson, de Londres, publicó la primera edición de lujo del Quijote, gracias al apoyo de Lord Carteret; el proyecto se había iniciado por lo menos en 1723 y en él trabajó durante seis años el pintor John Vanderbank. Por fin, en 1738 vieron la luz los cuatro grandes volúmenes de esta edición, ilustrados con 67 estampas grabadas por Vandergucht. La imagen de Don Quijote se había difundido entre la nobleza europea gracias a los tapices realizados en la fábrica de los gobelinos sobre cartones de Charles Antoine Coypel (1696-1752) a partir de 1715, que además, no tardarían en llegar a la imprenta como grabados, según se aprecia desde 1724 en adelante; estas ilustraciones ya habían sido utilizadas en una edición inglesa (Londres, 1725).

 
Frontispicio, por F. Hayman
(Londres, 1755).
 


La iniciativa de publicar un libro lujosamente ilustrado no era una novedad para los editores, ya que con anterioridad habían publicado vistosos volúmenes de Milton, Dryden y Shakespeare, y el Quijote venía a inscribirse en una serie de autores extranjeros editados con no menos lujo; sus precursores fueron Racine y Tasso.

El libro de 1738, impreso por los hermanos J. y R. Tonson, se enriquecerá cuatro años más tarde con una nueva traducción al inglés, la de Charles Jarvis, titulada The Life and Exploits of the Ingenious Gentleman Don Quixote de la Mancha, artista irlandés cuyas veleidades literarias no pasaron de la traducción de la novela de Cervantes. Las razones por las que Jarvis emprendió su labor no se conocen: quizás su amistad con A. Pope, traductor de la Ilíada y la Odisea (1715-1726), fuera un motor para llevar a cabo su trabajo; tampoco se sabe su nivel real de conocimientos de español, pero lo cierto es que esta traducción tuvo una extraordinaria difusión, sirviendo de modelo original para otros “traductores” al inglés (como el novelista Tobias Smollett, en 1755) y a otras lenguas.

Se trata de una traducción fiel, en la que se adapta el texto cervantino a la situación cultural inglesa del siglo XVIII, manteniendo en lo posible el tono grave e irónico que atribuye a la novela de Cervantes.
La edición va precedida por la biografía de Cervantes escrita por Gregorio Mayáns y Siscar, que puede ser considerada la primera de carácter científico, y que tendría también una gran difusión.

1769. La primera versión del Quijote al ruso apareció en San Petersburgo, obra de Ignati Ivanovich Teils (Historia o slavnom Lamanjskom ritsare Don Kishote), aunque la novela fuera conocida desde mucho tiempo antes. El traductor, Teils, secretario del claustro de la Escuela Militar para cadetes de la nobleza y profesor de alemán, utilizó la versión francesa de Filleau de Saint-Martin (1677) y sólo tradujo los 27 primeros capítulos, permitiéndose nuevas libertades.

1775-77. Ante el resultado poco satisfactorio de la versión de Wolf (1734) a partir de un texto francés, Friedrich Justin Bertuch (1747-1822) se plantea en Weimar llevar a cabo una nueva traducción del Quijote en 1773; eran los años en que Goethe ejercía como ministro del Duque, y el propio Bertuch –que era masón– también desempeñaba altos cargos políticos.

Siguiendo los modelos habituales, Bertuch prescindió de todo lo que consideraba superfluo, especialmente los relatos intercalados y los poemas, y quita grandeza al tono narrativo de Cervantes, simplificándolo y dándole a la vez un gran dinamismo; el resultado es un texto fácilmente legible para el público alemán, que obtuvo gran éxito y fue reeditado en 1780. Constituye la base para la nueva interpretación del Quijote.

1776. La primera versión danesa impresa del Quijote se debe a Charlotta Dorotea Biehl (1731-1788), y gracias al influjo que sobre ella ejerció el ministro embajador español en la corte, Manuel Delitala, bibliófilo y caballero de la Orden de Carlos III, según indica en el prólogo, a quien conoció en 1774; para llevar a cabo el trabajo, aprendió español y durante un año y medio no hizo otra cosa, lo que tuvo graves consecuencias económicas para ella, que vivía de su actividad como dramaturga, escritora y traductora del italiano, francés y alemán. El propio embajador español le regaló una edición castellana del Quijote, que serviría de base a la versión.

La traducción apareció acompañada por la Vida de Cervantes de Gregorio Mayáns, que había visto la luz en la lujosa edición de Tonson, 1738.

El trabajo realizado tuvo un extraordinario éxito, y la traducción de Biehl se convirtió en modelo estilístico en Dinamarca durante más de dos siglos, sin posible discusión. Pero es necesario señalar que esta traducción llegaba a un terreno ya predispuesto por el éxito de las comedias satíricas de Ludvig Holberg (1684-1754) inspiradas en la obra de Cervantes, y que habían llevado a Materna Passow (Anna Catharina v. d. Lÿhe, 1731-1757) a intentar una primera traducción que quedó manuscrita e inédita, prácticamente acabada.

La traducción de Biehl es muy fiel, respeta muchos de los rasgos estilísticos del original –según indica en el epílogo–, y no ha querido enmendar posibles errores de Cervantes, como el de decir que Dinamarca era una “ínsula”. En el mismo epígrafe indica que se ha servido exclusivamente del original en español, y agradece la ayuda que en todo momento le ha prestado el embajador Manuel Delitala.

El gran éxito obtenido por la traducción del Quijote, especialmente entre los miembros de la casa real y del alto funcionariado de la corte, llevó a Biehl a verter al danés las Novelas ejemplares.

Con la traducción del Quijote de Biehl se inaugura una ininterrumpida serie de versiones directas de la novela de Cervantes al danés, y el éxito justifica la presencia de la obra con el paso del tiempo, dando lugar a revisiones, versiones juveniles y, finalmente, tempranas adaptaciones cinematográficas, como la de Lau Lauritzen (1925).

1780. La Real Academia Española, fundada en 1713, publicó en 1780 una edición de lujo del Quijote, con 31 estampas, el retrato de Cervantes y dos frontispicios. Las ilustraciones son en su mayor parte de José del Castillo (7) y Antonio Carnicero (19).

El trabajo fue comenzado en 1773 y la Institución marcó claramente las características que debía tener la obra, especialmente los grabados. Joaquín Ibarra, sin duda el más destacado impresor del momento, se encargó de la realización material.
El texto procede de la segunda edición de la Primera Parte (Juan de la Cuesta, 1605) y de la edición valenciana de Patricio Mey (1616) para la Segunda Parte. Como es obvio, no se trata de una traducción –y por eso no se le dedica mayor atención en este lugar–, pero representa un hito fundamental para la difusión posterior del Quijote, a la vez que atestigua la llegada a España de modelos de lujo, como el de Tonson, 1742.

1786. Ya en 1781 apareció en Varsovia un volumen titulado Historiya czyli Dzieie y przygody przedziwnego Don Quichotta z Manszy. Z hiszpanskiego na francuzkie a teraz na polskie przelozone przez F.H.P.H.K.M, en el que se traducían al polaco los tres primeros libros de la Primera Parte del Quijote. El traductor, oculto bajo las siglas no era otro que el conde Franciszek Podoski, ya conocido en su país por haber trasladado alguna obra de La Bruyère (Los caracteres). Pocos años más tarde, en 1785, vería la luz una versión de El curioso impertinente en la revista Monitor.

En este ambiente propicio se publica en seis volúmenes la primera traducción completa al polaco del Quijote (1786), con el mismo título que había recibido el fragmento de cinco años antes, y traducida por el mismo Podoski, que llevó a cabo su trabajo tomando como base el texto francés de Filleau de Saint-Martin (1677): a las innovaciones introducidas por éste, Podoski añade de cosecha propia una clara tendencia a “polonizar” el texto, adaptándolo a la realidad más inmediata del receptor, con la inclusión de no pocos refranes y proverbios inexistentes en la obra original o en el texto que había servido de intermediario.

A pesar de todo, la versión de Podoski será reutilizada en 1855 por el autor de la segunda traducción del Quijote impresa en polaco, la de W. Zakrzewski.

1794. La presencia del Quijote en Portugal se remonta a 1605, pues en ese año aparecieron dos ediciones autorizadas en Lisboa y alguna sin los permisos pertinentes. Sin embargo, hasta 1794 no se publicará la primera traducción, que llegaba precedida de la versión de la Española Inglesa (1748) y de El amante liberal (1788).

La traducción del Quijote es anónima, y resulta muy difícil establecer la incidencia que tuvo en el Romanticismo portugués (empezando por Almeida Garrett), dada la vía de penetración directa del texto en español.

 
Cervantes Saavedra, Miguel de:
Don Quichotte de la Manche / traduit de l’espagnol de Michel de Cervantes par Florian; ouvrage posthume avec figures.
A Paris: de l’imprimerie de P. Didot l’ainé, an VII [1799].
 


1799. La traducción más importante del Quijote al francés, por lo menos durante el siglo XVIII, fue, sin duda alguna la que realizó Jean-Pierre Claris de Florian (1755-1794), publicada en tres volúmenes cinco años después de su muerte.

Educado al lado de su tío abuelo Voltaire y en la corte del duque de Penthièvre, Florian se formó en la lectura de las Fábulas de La Fontaine, y desde muy temprano escribió obras de teatro, poesías, novelas y, sobre todo, fábulas, género en el que destacó especialmente. En 1788 ingresó en la Académie Française y en 1793 fue arrestado y condenado a la guillotina, y aunque logró salvar la vida al morir Robespierre, no sobrevivió mucho tiempo, muriendo en Sceaux (1794).

Su traducción del Quijote constituye un nuevo hito en la adaptación del modelo, pues se trata, en realidad, de una versión abreviada en la que Florian se distancia del original cuando lo considera pertinente, con el propósito de adaptarse al gusto francés: ante la imposibilidad de verter al francés las continuas bellezas del texto, se ha visto obligado a atenuar los errores, “dulcificando ciertas imágenes, cambiando a veces algunos versos demasiado alejados de nuestro gusto, sobre todo, suprimiendo las repeticiones y abreviando las digresiones, nuevas sin duda cuando aparecieron, pero comunes hoy día, en fin, comprimiendo mucho los relatos y supliendo con la rapidez los adornos que no podía convertir”. Todo un mundo de limitaciones, que podrían considerarse dentro del tópico habitual entre los traductores, pero que en el caso de Florian se convierte en una realidad, en la que la distancia a la obra de Cervantes es muy considerable, de modo que más se puede hablar de una versión abreviada que de una auténtica traducción.
El éxito obtenido por esta nueva versión era inimaginable por su autor y se ha mantenido hasta nuestros días como una de las adaptaciones más veces editadas y traducidas a otras lenguas.

Florian había escrito una imitación de La Galatea (1783), que también gozó de fama, y una de sus novelas recurre al ambiente de la frontera granadina (Gonzalve de Cordoue, ou la Grenada reconquise, 1791), lo que hace de este traductor un personaje peculiar, interesado por la obra de Cervantes y la literatura española, quizás por el hecho de que su madre, Gilette de Salgue, hubiera nacido en Castilla.

1799-1801. En el año 1797, el librero Unger pidió a Friedrich Schlegel que tradujera el Quijote al alemán; de acuerdo con su hermano August Wilhelm, pasaron el encargo a Ludwig Tieck (1773-1853), muy unido ideológicamente a los Schlegel y a otros escritores del grupo de Jena que dará lugar a la base del Romanticismo alemán, y que ya había publicado alguna obra de teatro (entre otras, El gato con botas, 1797) y relatos breves. Tieck llevó a cabo la traducción a la vez que preparaba con August Wilhelm Schlegel la edición en alemán de las obras de Shakespeare y mientras todos ellos profundizaban en sus conocimientos de literatura española, especialmente de teatro de los Siglos de Oro y, sobre todo, de Calderón.

Para la traducción, Tieck utilizó alguna versión francesa como apoyo, aunque siguió un original en español. Claramente, los tiempos estaban cambiando: no bastaba adaptar la novela al gusto del público, sino que había que comprender cada palabra, pues cada palabra tenía su propio valor en el conjunto y le daba a éste un sentido distinto; no valían ya las intervenciones de los traductores anteriores con su inmensa carga de subjetividad y anacronismo.

La traducción de L. Tieck apareció en Berlín a partir de 1799, y un año más tarde vio la luz la versión de Dietrich Wilhelm Soltau (1745-1827). Lejos de las innovaciones estéticas que impulsaban los miembros del grupo de Jena, con una sólida formación literaria, Soltau era un continuador de los modelos de la Ilustración, ya con escasa capacidad renovadora; en efecto, el propio Soltau, comerciante en el norte de Alemania y con intereses en San Petersburgo, traducía como una forma de pasar el tiempo libre, lo que no quiere decir necesariamente que lo hiciera mal. Soltau volvió a publicar su traducción en 1823, después de realizar una profunda revisión del conjunto, quizás movido por las críticas que le había dedicado August Wilhelm Schlegel, que señala “la frecuente falta de precisión en la reproducción de la expresión característica y las innecesarias abreviaciones, dejaciones y supresiones […] La traducción adolece de muchas faltas que impiden que sea completa, y muchas cosas españolas que la traducción alemana habría necesitado se han suprimido, y a este respecto esta traducción queda muy por detrás de los acertados progresos que había hecho el señor Tieck”.

Es evidente que A. W. Schlegel no es imparcial en la crítica, pues está defendiendo el trabajo de su amigo y, más allá, los presupuestos estéticos de su círculo, que había convertido la traducción en uno de los pilares fundamentales de toda la innovación que están queriendo llevar a buen término. Así, en 1798, otro miembro del grupo, Novalis (1772-1801) defendía como única forma posible y digna de traducir lo que él llamaba “traducciones transformantes”, que para ser auténticas exigen un espíritu poético máximo, pues en caso contrario, degeneran fácilmente en travestismo, como ocurre, en general a las traducciones francesas; “el auténtico poeta de esta especie debe ser él mismo un artista hecho y derecho y poder dar a discreción la idea del conjunto de esta o aquella forma. Debe ser el poeta del poeta y ser capaz de hacerle hablar de esta o aquella manera al mismo tiempo. En tal relación está el genio de la humanidad con cada uno de los individuos de la humanidad. Y de esta manera se pueden traducir no sólo libros, sino todo”.

Con la traducción de Tieck se inicia una nueva fase en la recepción del Quijote, y la novela de Cervantes se convierte en una de las obras fundamentales del canon occidental, que debe estar presente en toda biblioteca y formar parte de los títulos seleccionados como uno más de los clásicos de esa República de las Letras que propugnaban los Románticos en su idea de Literatura Universal.

Pero estamos ya en el siglo XIX.

El siglo XVIII verá otras traducciones del Quijote que tendrán una difusión o una repercusión menor o que, simplemente quedaron manuscritas, sin llegar a la imprenta, como es el caso de las tres versiones parciales griegas de mediados de siglo, hechas probablemente a partir de un original italiano.

Las traducciones que hemos analizado someramente constituyen los inicios de un fenómeno de gran envergadura, pues se trata sólo de las versiones que alcanzaron alguna notoriedad. Pero no siempre resultan claras las motivaciones que han llevado a emprender la labor de traducción. Es cierto que la hegemonía política de España en el siglo XVII fue una razón suficiente para que algunos de los primeros traductores fijaran su vista en el Quijote; aun así, queda sin explicar por qué se fijaron en esta obra y no en otra del mismo Cervantes o de otros escritores: quizás el éxito y la novedad de nuestro libro podrían justificar la elección, lo que nos lleva a pensar en el rapidísimo triunfo del Quijote, cosa ya atestiguada por las ediciones sucesivas y las alusiones y referencias indirectas en otros dominios.

En efecto, no se podría hablar del éxito del Quijote tomando sólo como base las traducciones: el hecho de que ya en 1610 hubiera una representación teatral sobre el caballero manchego (es la máscara del anónimo estudiante salmantino); o que pocos meses antes de que apareciera la traducción francesa de Oudin (1614) los señores de Santenir bailaran, posiblemente en el Louvre, una pieza con el mismo tema; o que desde 1628 se documenten recreaciones teatrales, como Les folies de Cardenio, de Pichou, no hacen sino atestiguar el éxito de la obra más allá del texto escrito por Cervantes.

Se puede señalar, por otra parte, que pasado el siglo XVII, el interés que muestra Francia por el Quijote se enmarca en un proceso más amplio, que tendría su origen en el testamento de Carlos II, que deja como heredero a Felipe de Anjou (1700): no extraña que a lo largo del siglo que acababa de comenzar se hagan en Francia al menos 50 ediciones de la novela de Cervantes, y 15 recreaciones musicales; y que en el mismo período sean otras tantas las ediciones en Inglaterra y no menos de 9 recreaciones. La hegemonía política de Francia en este período explica la difusión de la obra, o al menos de algunos episodios de la misma, fijados ya a través de los tapices que desde 1718 realizan los gobelinos sobre cartones de Coypel.

La gran difusión del Quijote se basa, pues, no sólo en la abundancia de traducciones, sino también en otros elementos que llegan de forma más directa al público. Es así cómo se va formando el mito, no siempre cercano al original.

Los románticos alemanes, especialmente los miembros del grupo de Jena, dieron un nuevo impulso a la difusión de la novela: la resonancia vendrá por el prestigio intelectual de muchos de ellos. El Quijote pasa a formar parte de la Literatura Universal, y como tal, será una de las obras traducidas con mayor insistencia cada vez que se forme una nueva serie de “genios de la Literatura”.
Pero no siempre se traduce por motivos políticos. Las razones personales pesan de modo decisivo: posiblemente Shelton, Oudin o Franciosini se vieron movidos por un interés hacia lo hispánico; es muy probable que la traducción danesa de Biehl no hubiera existido sin la amistad de ésta con Delitala, y, de modo similar, Tieck no habría vertido al alemán la novela sin el interés de los hermanos Schlegel por la literatura española. Un complejo mundo de intereses culturales y de sutiles relaciones personales se entrecruzan trazando nuevos caminos y perspectivas a Don Quijote.


Bibliografía

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