Las literaturas que rodean al Quijote (1596-1605)
José María Díez Borque
Universidad Complutense de Madrid

Siempre es interesante conocer las manifestaciones literarias –en distintos géneros– que rodean a una obra en el momento en que se publica, tanto por lo que se refiere a las expectativas de recepción, como por el ámbito en que se mueve el creador. No es una mera cuestión de fuentes, que, como es obvio, puede ir mucho más allá en el tiempo, sino la posible ilusión de reconstruir la vida literaria en un momento preciso, para ahondar, como decía, en la génesis y recepción de la obra. Pero todo se hace más difícil y complejo cuando nos enfrentamos con una creación genialmente original y atípica, cual es el
Quijote. En este caso, el panorama literario del momento puede servir para “documentar” históricamente su genial originalidad, que las sucesivas lecturas hasta nuestros días han ido poniendo de relieve. Otra cosa es que no fuera entendida en su siglo a la altura y profundidad de sus significados, precisamente por su singularidad en el ámbito de la creación literaria del momento. Por ello –muy a grandes rasgos, cual la ocasión aconseja– voy a “reconstruir” lo que ocurría literariamente el año de la publicación de la primera parte del Quijote (1605) y la década literaria de 1596 a 1605.

Como veremos, no va a ser esta década período de grandes relieves literarios, salvo algún aislado testimonio. Si ampliamos nuestro campo de visión –antes de detenernos en estos años– al tiempo que cubre la vida de Cervantes (1547-1616) encontramos antes de esta década la floración y mejores frutos de la prosa de ficción caballeresca, pastoril, morisca, de aventuras, cuentos (otra cosa es la contribución de Lope y Cervantes a alguno de estos géneros) y, por supuesto, en 1554, el genial
Lazarillo de Tormes.

Algo semejante ocurre en otros terrenos de la prosa, con obras de Las Casas, Luis de Granada, Fernández de Oviedo, Arias Montano, Díaz del Castillo, Huarte de San Juan, Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Malón de Chaide...

También en poesía hay hitos significativos, como la difusión de la obra de Herrera, Montemayor, de la mejor épica culta, como veremos, además del nacimiento de los que serán los poetas más ilustres de nuestro parnaso aurisecular: Barahona de Soto (1548); Vicente Espinel (1550), Lupercio Leonardo de Argensola (1559), Góngora (1561), Caro (1573), Villamediana (1582), etc.

En teatro, aparte de continuar los géneros habituales del teatro religioso y profano (autos, églogas, farsas, coloquios...), la comedia y tragedia de colegios y universidades, imitaciones de
La Celestina etc., son años de difusión y publicación del teatro de Lope de Rueda, Timoneda, Cueva, de la fracasada tragedia de Bermúdez, Virués, Lupercio Leonardo de Argensola, Rey de Artieda, Lasso de la Vega, Cervantes y, lo que es más importante, el camino de Lope de Vega hacia la comedia nueva desde su El príncipe inocente (¿1511?). Pero no es mi intención aquí, como dije, abordar la creación literaria de tan extenso período, sino ceñirme a la década de 1596 a 1605, recogiendo, además, las opiniones y juicios literarios de Cervantes sobre algunas obras y autores, lo que me parece importante, tanto por lo que muestra, como por lo que oculta, pero, en todo caso, es un testimonio valioso de cómo veía el autor del Quijote la literatura que rodea su impar obra.

Creo que nada podía hacer augurar en la década de 1596-1605 que iba a aparecer una obra genial, distinta a todo lo que había en el ambiente literario, sin modelo, referencia ni parangón, aunque en ella, a la postre, estuviera, de un modo u otro, casi toda la literatura del momento. Pero, en cierto modo, eso mismo ocurre en 1499 con
La Celestina; en 1554 con el Lazarillo y hasta, con el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, en el siglo XIV. Siempre es posible buscar fuentes, incrementadas paso a paso, pero, al fin, ello sólo aumenta la genialidad de obras singulares, que tuercen los rumbos y los encaminan por nuevos derroteros. Es decir, preguntarse por las literaturas que rodean al Quijote lleva, en definitiva, a subrayar la genial originalidad cervantina, incluida, claro, la novela de caballerías: tan pobre excusa para tan magna obra.

¿Qué pasaba en 1605? La corte de las Españas sigue en Valladolid y falta un año para su vuelta a Madrid. Felipe III tiene 36 años y hace 7 que ha muerto el último Austria mayor, su padre Felipe II. En Valladolid se ratifica el acuerdo de paz de Londres entre Jacobo I y Felipe III. Tiene lugar la batalla de Dunquerque. Los turcos continúan con sus asedios... No parece que 1605 sea una fecha especialmente significativa en la historia, sí en la literatura, obviamente.

¿Qué ocurría literariamente en 1605? Cervantes tenía 58 años, Lope de Vega 43, Ruiz de Alarcón 24, y Calderón de la Barca era un niño de cinco años. Los grandes poetas, Góngora y Quevedo, tenían respectivamente, 44 y 25 años. De los prosistas recordemos que Mateo Alemán, el autor de
El Guzmán de Alfarache, tenía la misma edad que Cervantes; el gran historiador Mariana estaba en la senectud de los 69 años y Baltasar Gracián estaba en la primera infancia de los cuatro años.

EEl año de la publicación de la primera parte del
Quijote aparece, en el ámbito de la novela picaresca –que inaugurara a distancia de genialidad el Lazarillo de Tormes en 1554– La pícara Justina de López de Úbeda (no entro aquí, claro, en cuestiones de autoría), de protagonista femenino frente a la larga serie de pícaros. No parece que fuera muy positiva la opinión de Cervantes hacia esta obra –y, en general– hacia la picaresca:

Haldeando venía y trasudando            220
el autor de La Pícara Justina,
capellán lego del contrario bando.
Y cual si fuera de una culebrina,
disparó de sus manos su librazo,
que fue de nuestro campo la ruina.     225

(Viaje del Parnaso, vv. 220-225, pp. 155-156).

Cabría citar también dentro de la producción en prosa, algunas obras de carácter histórico, espiritual, de pasatiempo..., como la Florida del Inca, del Inca Garcilaso; la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V ; las Meditaciones sobre los misterios de nuestra santa Fe, de Luis de la Puente; los Diálogos de apacible entretenimiento, de Lucas, etc.

 
Lope de Vega:
La hermosura de Angélica, con otras diversas rimas,
Madrid, Pedro Madrigal, 1602.
 


En poesía, Pedro Espinosa da a luz su colección Primera parte de las flores de poetas ilustres; López Pinciano, El Pelayo; Rey de Artieda, Discursos, epístolas y epigramas de Artemidoro, y siguen, claro, activos varios poetas –como veremos–, el romancero, la lírica tradicional, etc. Cervantes tenía una gran estima por Rey de Artieda, según lo que escribe sobre él:

Si tuviera, cual tiene la fortuna,
la dulce poesía varia rueda,
[...]
pusiera sólo a Micer Artieda,
y el más alto lugar siempre ocupara,
por sciencias, por ingenio y virtud rara.

(Canto de Calíope, vv. 804-816, p. 197).

En esto vióse con brioso paso
venir al magno Andrés Rey de Artieda,
no por la edad descaecido o laso;
hicieron todos espaciosa rueda,
y, cogiéndole en medio, le embarcaron,            80
más rico de valor que de moneda.

(Viaje del Parnaso, vv. 76-81, pp. 86-87).

En teatro ya había triunfado en los corrales de comedias el modelo de Lope de Vega, con no poco disgusto de Cervantes. Lope, que ya había publicado su Primera parte de comedias en 1604, escribe en 1605, entre otras muchas, La noche toledana.

Cierto es que podrían sumarse nombres y obras a la escueta nómina que aquí doy. Pero no cambiarían el panorama en prosa, poesía y teatro el año en que aparece la primera parte del Quijote. Todo sigue por los caminos habituales de la década literaria del Quijote –que veremos–, con rumbos marcados en géneros y formas, en que no sobresalen ni grandes individualidades, ni creaciones que se aparten de lo esperado y habitual. Es decir, la genialidad narrativa de Cervantes no se genera en un caldo de cultivo de renovación, de avance, de crisis..., que pudiera hacer prever o esperar tal novedad, sino que se vio rodeada de una literatura esperable, de cangilones de noria que vierten, más o menos, la misma agua. Ello nos da la medida de la originalidad cervantina y de la singularidad del Quijote, pero, por otra parte, no hay que olvidar que ese es el ámbito literario en el que se mueve Miguel de Cervantes para superarlo, y esos son los mimbres con que fabrica tan inusual y diferente cesto. Por tanto, parece oportuno y útil
conocer los aspectos fundamentales y las obras principales de la que he denominado la década literaria del Quijote: 1596-1605.

Si Cervantes es el creador de la novela moderna, Lope de Vega lo es de la comedia nueva, dando sentido unitario en la tragicomedia a lo que se había hecho teatralmente hasta entonces. Todavía no ha producido en esta década las obras memorables recordadas por todos, pero ya ha superado sus vacilaciones primeras, sus “experimentos” iniciales, dando repertorio a los corrales comedias y a los escritores modelo que seguirán durante todo el siglo, pero que tanto desazonará a Cervantes, que no deja de mostrar su desacuerdo, repetidamente.

Varias son las comedias de Lope en esta década –según la cronología de Morley-Bruerton– (vid. Nota bibliográfica): Casamiento en la muerte (1597); Los comendadores de Córdoba (1598); La serrana de la vera (1598); Argel fingido (1599); La contienda de García (1600); La pastoral de Jacinto (1601); El cuerdo loco (1602); El arenal de Sevilla (1603); Adonis y Venus (1604) y, como dije, se publica en 1604 su Primera parte de comedias. En el ámbito de lo teatral habría que sumar la muy interesante obra de Agustín de Rojas: Viaje entretenido (1603).

Como era de esperar, a tenor de la preocupación cervantina por su teatro, previo y posterior a Lope, el Fénix aparece repetidamente en su obra. Por los años de La Galatea (1585), el elogio es claro, con correspondencia de Lope en La Arcadia (1598), pero las cosas cambian entre el gran creador de la novela moderna y el gran creador del teatro moderno, quien, en forma lapidaria, escribe en una carta: “de poetas no digo buen siglo es éste, muchos en ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes” (“Carta de Lope de Vega a un amigo”, 4 de agosto de 1604). (Vid. Nota bibliográfica), con la contundencia que también aparece en esta composición contra Lope, que Pellicer atribuye a Cervantes, pero Foulché-Delbosc y Millé, como acepta Gaos, a Góngora (ed. Poesías, cit., p. 143 n.):

Hermano Lope, bórrame el soné-
de versos de Ariosto y Garcilá-
y la Biblia no tomes en la má-
pues nunca de la Biblia dices lé-
También me borrarás la Dragonté-            5
y un librillo que llaman del Arcá-
con todo el comediaje y epitá-
y por ser mora quemarás a Angé-.
Sabe Dios mi intención con San Isí-;
mas puesto se me va por lo devó-            10
bórrame en su lugar el Peregrí-.
Y en cuatro lenguas no me escribas co-
que supuesto que escribes boberí-
lo vendrán a entender cuatro nació-:
Ni acabes de escribir la Jerusá-                 15
bástale a la cuitada su trabá-.

(Poesías completas,
vv. 1-16, pp. 413-414).

Es evidente que no es la forma de la ironía, del ataque por hipérbole de elogio, que emplea Cervantes con Lope, como veremos.
Como queda dicho, Cervantes elogia a Lope de Vega en el “Canto de Calíope” de La Galatea:

Muestra en un ingenio la experiencia,
que en años verdes y en edad temprana
hace su habitación ansí la ciencia,
como en la edad madura, antigua y cana.
No entraré con alguno en competencia            325
que contradiga una verdad tan llana,
y más si acaso a sus oídos llega
que lo digo por vos, Lope de Vega.

(Canto de Calíope,
vv. 321-328, p. 180).

También en el Viaje del Parnaso:

Llovió otra nube al gran Lope de Vega,
poeta insigne, a cuyo verso o prosa
ninguno le aventaja, ni aun le llega.            390

(Viaje del Parnaso,
vv. 388-390, p. 81).

Además, a propósito de La Dragontea lopesca, deja correr el elogio:

 
Miguel de Cervantes Saavedra:
Viage del Parnaso.
Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1614.
 


[A LOPE DE VEGA EN SU DRAGONTEA]

Yace en la parte que es mejor de España
una apacible y siempre verde Vega,
a quien Apolo su favor no niega,
pues con las aguas de Helicón la baña.
Júpiter, labrador por grande hazaña,            5
su ciencia toda en cultivarla entrega.
Cilenio alegre en ella se sosiega;
Minerva eternamente la acompaña.
Las Musas su Parnaso en ella han hecho;
Venus, honesta, en ella aumenta y cría             10
la santa multitud de los amores.
Y así con gusto y general provecho,
nuevos frutos ofrece cada día
de ángeles, de armas, santos y pastores.

(Poesías completas, vv. 1-14, pp. 380-381).

Pero nos interesa especialmente aquí lo que Cervantes dice sobre el Lope dramaturgo, en relación con lo que hemos visto acerca de sus ideas sobre la comedia nueva. Los elogios desmedidos que hace de Lope de Vega en la primera parte del Quijote quizá sean una forma de decir lo contrario por hipérbole, además lo atenúa por la “venalidad” de la comedia, por acomodarse al gusto de los representantes:

Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben extremadamente lo que deben hacer; pero como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide. Y que esto sea verdad véase por muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio destos reinos, con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias y, finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo de su fama; y, por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la perfección que requieren. Otros las componen tan sin mirar lo que hacen, que después de representadas tienen necesidad los recitantes de huirse y ausentarse, temerosos de ser castigados, como lo han sido muchas veces, por haber representado cosas en perjuicio de algunos reyes y en deshonra de algunos linajes. (Quijote, p. 525).

En el “Prólogo” a Ocho comedias (1615), donde aparece su dolorosa preocupación, aunque lo justifique con la imprenta, por el hecho de que su teatro no se represente, destaca el que todas las obras de Lope de Vega hayan visto la luz de los escenarios, pero negativa parece su insistencia en la cantidad:

Avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias proprias, felices y bien razonadas, y tantas que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas, que es una de las mayores cosas que pueden decirse, las ha visto representar o oído decir por lo menos que se han representado; y si algunos, que hay muchos, han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo.

(“Prólogo”, a Ocho comedias, Teatro, p. 10).

En poesía, en cierto modo, también es la década del gran poeta de lo divino y de lo humano que fue Lope de Vega, aparte de gran dramaturgo, pues en ella aparecen sus Rimas (1602, 1604), además de sus poemas épicos La Dragostea (1598), El Isidro (1599), La hermosura de angélica (1602) y otras obras. Elogiosamente se refiere Cervantes al poema de Lope sobre Angélica:

–Esa Angélica –respondió don Quijote–, señor cura, fue una doncella destraída, andariega y algo antojadiza,
y tan lleno dejó el mundo de sus impertinencias como de la fama de su hermosura: despreció mil señores, mil valientes y mil discretos, y contentóse con un pajecillo barbilucio, sin otra hacienda ni nombre que el que le pudo dar de agradecido la amistad que guardó a su amigo. El gran cantor de su belleza, el famoso Ariosto, por no atreverse, o por no querer cantar lo que a esta señora le sucedió después de su ruin entrego, que no debieron ser cosas demasiadamente honestas, la dejó donde dijo:

Y cómo del Catay recibió el cetro,
quizá otro cantará con mejor plectro.

Y sin duda que esto fue como profecía; que los poetas también se llaman vates, que quiere decir adivinos.
Véese esta verdad clara, porque después acá un famoso poeta andaluz lloró y cantó sus lágrimas, y otro famoso y único poeta castellano cantó su hermosura.
(Quijote, pp. 589-590).

 
Gaspar Gil Polo:
La Diana enamorada,
Madrid, Antonio Sancha, 1778.
 

 

Pero en 1605 faltaban ocho años para que se difundieran las originales y renovadoras obras de Góngora Primera Soledad y El Polifemo, en 1613, y dos para que se conociera la Aminta (1607) de Jáuregui. Góngora, como Lope en teatro y Cervantes en novela, vendría a tener el mérito y la condición de los renovadores, es decir, de esos pocos que a lo largo de la historia de la literatura la llevan por los caminos de la renovación y del cambio, agrupando en torno de ellos una plétora de seguidores, de mayor o menor inspiración. Es la grandeza y singularidad de los maestros, tan pocos en épocas en que se impone el peso del género y las normas de la poética, convirtiendo su cumplimiento en garantía literaria y salvoconducto de aceptación.

No escapó al ojo crítico de Cervantes una valoración de la actitud de Góngora y de Jáuregui, en el Viaje del Parnaso:

aquel que tiene de escribir la llave             55
con gracia y agudeza en tanto extremo,
que su igual en el orbe no se sabe,
es Don Luis de Góngora, a quien temo
agraviar en mis cortas alabanzas,
aunque las suba al grado más supremo.            60
(vv. 55-60, p. 69).

Y ya se había referido a Góngora en La Galatea:

En don Luis de Góngora os ofrezco
un vivo raro ingenio sin segundo;
con sus obras me alegro y enriquezco
no sólo yo, más todo el ancho mundo.
Y si, por lo que os quiero, algo merezco, 485
haced que su saber alto y profundo
en vuestras alabanzas siempre viva,
contra el ligero tiempo y muerte esquiva.

(Canto de Calíope, vv. 481-488, p. 186.)

Sobre Jáuregui:

Y tú, Don Juan de Jáuregui, que a tanto
el sabio curso de tu pluma aspira,
que sobre las esferas le levanto; 75
aunque Lucano por tu voz respira,
déjale un rato y, con piadosos ojos,
a la necesidad de Apolo mira;
que te están esperando mil despojos
de otros mil atrevidos, que procuran 80
fértiles campos ser, siendo rastrojos.

(Viaje del Parnaso, vv. 73-81, p. 69).

Continúa en la década literaria del Quijote la poesía épica culta, que ya habían cultivado en vida de Cervantes, en el siglo XVI, poetas como Zapata, Ercilla, Rufo, Virués, etc. Tenemos ahora, aparte de los poemas citados de Lope, El arauco domado (1596) de Pedro de Oña, y el género continuará después con Mesa, Hojeda, Lope, etc. Poesía de verso solemne, de exaltación y gloria, que es difícil que atraiga e interese a un lector de hoy no especializado, pero que ocupó a poetas, imprentas y lectores en una época en que la literatura de elogio y exaltación tuvo un gran auge en multitud de formas que van desde los poemas visuales de la fiesta cortesana a la poesía de elogio al comienzo de los libros y otras muchas formas.
De Cristóbal de Mesa tenía buen concepto Cervantes, a tenor de los elogios:

De Cristóbal de Mesa os digo cierto
que puede honrar vuestro sagrado valle;
no sólo en vida, más después de muerto
podéis con justo título alaballe. 260
De sus heroicos versos el concierto,
su grave y alto estilo, pueden dalle
alto y honroso nombre, aunque callara
la fama dél, y yo no me acordara.

(Canto de Calíope, vv. 257-264, p. 178).


A Cristóbal de Mesa vi allí junto
a los pies de Mercurio, dando fama
a Apolo, siendo dél propio trasumpto.

(Viaje del Parnaso, vv. 127-129, p. 88).

Así como de otros autores de este género, como Virués, Rufo, Ercilla:

Cristóbal de Virués, pues se adelanta            825
tu ciencia y tu valor tan a tus años,
tú mesmo aquel ingenio y virtud canta
con que huyes del mundo los engaños.
Tierna, dichosa y bien nacida planta,
yo haré que en propios reinos y en extraños            830
el fruto de tu ingenio levantado
se conozca, se admire y sea estimado.

(Canto de Calíope, vv.825-832, p. 197).

deseoso de verse en tales brazos.
Cristobal de Virués se le seguía

(Viaje del Parnaso, vv.54-55, p. 86).


Otro del mesmo nombre, que de Arauco            25
cantó las guerras y el valor de España,
el cual los reinos donde habita Glauco
pasó y sintió la embravecida saña,
no fue su voz, no fue su acento rauco,
que uno y otro fue de gracia extraña,            30
y tal, que Erci[l]la, en este hermoso asiento,
meresce eterno y sacro monumento.

(Canto de Calíope, vv.25-32, p. 171).

Pero hay que acudir al famoso y tanta veces citado escrutinio de la biblioteca de don Quijote para tener cumplida cuenta de la gran estima que tenía Cervantes por la épica culta:

–Que me place –respondió el barbero–. Y aquí vienen
tres todos juntos:
La Araucana de don Alonso de Ercilla,
La Austríada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El
Monserrato
de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.
–Todos esos tres libros –dijo el cura– son los mejores
que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y
pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense
como las más ricas prendas de poesía que tiene España.

(Quijote, pp. 86-87).

También, con aire de familia, siguió cultivándose en esta década una poesía religiosa, espiritual, a distancia, claro, de los únicos e insuperables versos de San Juan de la Cruz, que había muerto en 1591, o incluso de los de Fray Luis de León, fallecido el mismo año. Me refiero a obras como el Cancionero general de la doctrina cristiana (1596) de López de Úbeda; los Conceptos espirituales (1600) de Ledesma: el Cancionero para cantar la noche de Navidad (1603) de Ocaña; la Vida de San José (1604) de Valdivieso. Y junto a esta poesía religiosa, cientos de poesías de amor, por caminos trillados de conceptos y formas, poesías bélicas, burlescas, eróticas, y el apasionante, cuanto inabarcable, mundo de la poesía oral de romances, canciones..., que se cantan acompañando a la vida y que ya se recogen en colección: en 1600 se publica el Romancero General. Por otra parte aparecen también romances escritos, firmados por poetas cultos como el Manojuelo de romances nuevos y otras obras (1601) de Lasso de la Vega.
No escaparon a la atención crítica del autor del Quijote poetas como Valdivieso, Ledesma, Lasso de la Vega...:

Pero no es de mis hombros este peso.
Fueron los que llegaron los famosos,
los dos maestros Calvo y Valdivieso.             405

(Viaje del Parnaso, vv.403-406, p. 117).

Al pie sentado de una antigua encina
vi a Alonso de Ledesma, componiendo
una canción angélica y divina.
Conocíle, y a él me fui corriendo             400
con los brazos abiertos como amigo,
pero no se movió con el estruendo.
–¿No ves, me dijo Apolo, que consigo
no está Ledesma ahora? ¿No ves claro
que está fuera de sí y está conmigo?–             405


(Ibidem, vv. 400-405, pp. 98-99).

Con este mismo honroso y grave celo,            295
Bartolomé de Mola y Gabriel Laso
llegaron a tocar del monte el suelo.


(Ibidem, vv. 295-297, p. 133).


De Juan Gutiérrez Rufo el claro nombre
quiero que viva en la inmortal memoria,
y que al sabio y al simple admire, asombre             475
la heroica que compuso ilustre historia.
Déle el sagrado Betis el renombre
que su estilo meresce; denle gloria
los que pueden y saben; déle el cielo
igual la fama a su encumbrado vuelo.            480


(Ibidem, vv. 473-480, pp. 185-186).

No dejó de cultivar el verso Cervantes en esta década, pero, por el que, aunque con méritos destacables, nunca hubiera tenido el puesto que tiene en la literatura universal. Hasta 1614 no aparecería su singular obra Viaje del Parnaso, pero de estos años son poemas –que no hacen sino continuar su ocupación anterior– como Soneto satírico al saco de Cádiz (1596), Al túmulo de Felipe II (1598), y otros muchos de diversos temas.

Antes de entrar en la novela, que, por razones obvias, ha de requerir más atención aquí, pero ya dentro de la producción en prosa, encontramos una serie de obras agrupables en géneros definidos, sobre los que hay consenso en considerarlos literarios en la época, frente a lo que ocurre en nuestros días. Así las obras históricas, políticas, científicas, prácticas..., que tanto trabajo dieron a las prensas de las imprentas.

No son lugar estas páginas para entrar en las debatidas cuestiones sobre la “historicidad” de la historia del XVII, es decir, el proceloso mar de veracidad, objetividad, verosimilitud..., y, al fondo, el problema de si eso es literatura. La historia del XVII se escribe a la altura del XVII y no hay que juzgarla con criterios de nuestros días.

Como testimonio de pujanza del género histórico en la década del Quijote retendré sólo algunos títulos significativos: Garibay (Ilustraciones genealógicas de los reyes de España, 1596), Pérez (Relaciones, 1598), Mármol (Historia de la rebelión y castigo de los moriscos de Granada, 1600), Sigüenza (Historia de la orden de San Jerónimo, 1600), Sandoval (Crónica de Alfonso VII, 1600), Herrera (Historia general del mundo, 1601, y Décadas, 1601), Mariana (Historia de España, 1601).

Abundaron a lo largo del siglo tratados políticos, de economía, de administración de la causa pública, libros de carácter práctico, estudios filosóficos, literarios, etc. El problema de la literariedad se hace, de nuevo, acuciante, pero no puedo entrar en ello aquí, como dije. Citaré, en 1596: la Filosofía Antigua Poética, de López Pinciano; Las seiscientas apotegmas, de Rufo. En 1597: la Política para corregidores, de Castillo; las Disputaciones metafísicas, de Suárez. En 1598: la Censura de la locura humana y excelencias de ella, de Mondragón; el Discurso del amparo de los legítimos pobres, de Pérez de Herrera. En 1599 la muy importante obra de Mariana: De rege et regis institutione. En 1602: la República mixta, de Medrano. En 1603: el Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos. En 1604: Veriloquium en reglas de estado. Cabría considerar dentro de este tipo de literatura de no ficción obras de carácter religioso y espiritual como la Vida de Cristo (1596), de Fonseca; la Declaración de los siete salmos penitenciales (1599), de Vega; la Lucha espiritual (1600), de Fray Juan de los Ángeles; el Tratado de la religión (1601), de Ribadeneyra; las Consideraciones sobre todos los evangelios de Cuaresma (1601), de Cabrera.

 
Gaspar Gil Polo:
La Diana enamorada,
Madrid, Antonio Sancha, 1778.
 



Llegamos, por fin, a la novela, género fundamental aquí, por razones obvias, ya que del Quijote estamos tratando. No es mucho lo que cabe destacar en esta década, pero sí significativo, como testimonio de que siguen vigentes los géneros narrativos que habían tenido un amplio desarrollo en décadas anteriores y que son pertinentes en la génesis del Quijote, aunque para superarlos, como sabemos, hacia una nueva concepción. No es tan importante para la novela cervantina el género picaresco, del que hay muy importantes testimonios en esta década (Mateo Alemán: Guzmán de Alfarache, 1599, 1604 y la Segunda parte, apócrifa, de Martí, 1602 –a la fama de este pícaro hace referencia en La ilustre fregona–; redacción de El Buscón, de Quevedo, 1603; La pícara Justina, de López de Úbeda, 1605), pero sí la novela pastoril, de la que tenemos, en 1598, una de las mejores obras del género: La Arcadia, de Lope de Vega, y ya había contribuido Cervantes a lo pastoril con su Galatea, en 1588. Y antes de esta década los principales autores de novela pastoril: Montemayor, Gil Polo, Gálvez de Montalvo. De nuevo el escrutinio de la biblioteca de don Quijote, ya citado, nos ofrece interesantes valoraciones de la prosa de ficción pastoril, por lo que merece la pena la extensa cita:

–Estos –dijo el cura– no deben de ser de caballerías,
sino de poesía.
Y abriendo uno vio que era
La Diana de Jorge de
Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás
eran del mesmo género:
–Estos no merecen ser quemados, como los demás,
porque no hacen ni harán el daño que los de
caballerías han hecho, que son libros de
entretenimiento sin perjuicio de tercero.
–¡Ay, señor! –dijo la sobrina–, bien los puede
vuestra merced mandar quemar como a los demás,
porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor
tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le
antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y
prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor,
hacerse poeta, que según dicen es enfermedad
incurable y pegadiza.
–Verdad dice esta doncella –dijo el cura–, y será bien
quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión delante.
pues comenzamos por
La Diana de Montemayor,
soy de parecer que no se queme, sino que se le quite
todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua
encantada, y casi todos los versos mayores, y
quédesele enhorabuena la prosa, y la honra de ser
primero en semejantes libros.
–Este que sigue –dijo el barbero– es
La Diana
llamada
segunda del Salmantino; y este, otro que
tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo.
–Pues la del Salmantino –respondió el cura–
acompañe y acreciente el número de los condenados
al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera
del mesmo Apolo; y pase adelante, señor compadre,
y démonos prisa, que se va haciendo tarde.
–Este libro es –dijo el barbero abriendo otro–
Los
diez libros de Fortuna de amor
, compuesto por
Antonio de Lofraso, poeta sardo.
–Por las órdenes que recebí –dijo el cura– que desde
que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas
poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ese
no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor
y el más único de cuantos deste género han salido a la
luz del mundo, y el que no le ha leído puede hacer
cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmela
acá, compadre, que precio más haberle hallado que si
me dieran una sotana de raja de Florencia.
Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero
prosiguió diciendo:
–Estos que se siguen son
El Pastor de Iberia,
Ninfas de Henares
y Desengaños de celos.
–Pues no hay más que hacer –dijo el cura–, sino
entregarlos al brazo seglar del alma, y no se me
pregunte el porqué, que sería nunca acabar.
–Este que viene es
El Pastor de Fílida.
–No es ése pastor –dijo el cura–, sino muy discreto
cortesano: guárdese como joya preciosa.
[...]
–Pero ¿qué libro es ese que está junto a él?
La Galatea de Miguel de Cervantes –dijo el barbero.
–Muchos años ha que es grande amigo mío ese
Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en
versos. Su libro tiene algo de buena invención:
propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la
segunda parte que promete: quizá con la emienda
alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega;
y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra
posada, señor compadre.


(Quijote, pp. 84-86).

Todas cuantas bien dadas alabanzas
diste a raros ingenios, ¡oh Gil Polo!,
tú las mereces solo y las alcanzas,
tú las alcanzas y mereces solo. 820
Ten ciertas y seguras esperanzas
que en este valle un nuevo mausoleo
te harán estos pastores, do guardadas
tus cenizas serán y celebradas.

(Canto de Calíope, vv. 817-824, p. 197).

También la mal llamada novela bizantina, que quedaría mejor definida como novela de aventuras, que hunde sus raíces en la Edad Media, es pertinente para el Quijote. Pero obras importantes, de autores como Núñez de Reinoso, Contreras, son anteriores a esta década, aunque, todavía contribuirá Cervantes al género en 1616 con Trabajos de Persiles y Sigismunda. Lo mismo ocurre con la llamada novela morisca y sus más características manifestaciones de escritores como Villegas, Núñez de Reinoso, Pérez de Hita, que son anteriores a este periodo.

La novela de caballería es, por encima de todos los géneros de prosa, verso y teatro, el que más nos interesa aquí, como es natural. Ya no hace falta señalar que Don Quijote es mucho más que un ataque a la novela de caballerías, pero cierto es que nuestro caballero andante construye su vida con el modelo caballeresco y a su mundo hace constantes referencias, lo que muestra que Cervantes era un excelente conocedor de la caballeresca, en el detalle de los hechos de tantos caballeros andantes y en el sentido global del valor de la aventura, mundo fabuloso, cortesía, amor...

Varios estudiosos señalan el período que va de 1521 a 1560 como el de mayor esplendor de la novela de caballerías, y en él encontramos Palmerín, Belianís, Taurismundo, Floramante, Florisel, Febo, Felixmarte, etc., pero todavía en la década del Quijote aparecen en 1599 Flor de Caballerías de Barahona, o en 1602 Policisne de Boecia, de Silva. Parece que el género ya no daba tanto trabajo y negocio a las imprentas, pero hay que contar con otras formas de difusión, como el pliego de cordel, el manuscrito, la voz..., lo que –junto con los testimonios citados– vendría a mostrar que no había desaparecido de las expectativas de recepción por los años de la primera parte del Quijote.

De nuevo el capítulo VI de la primera parte del Quijote con el famoso escrutinio de su biblioteca nos ofrece una precisa y preciosa valoración de distintas novelas de caballerías (Amadís, Olivante, Florismarte, Platir, Palmerín...), pero renuncio a dar testimonios, pues en realidad todo el Quijote es una constante alusión directa e indirecta a distintas novelas de caballería. Tampoco es pertinente aquí –porque no es objeto de este estudio– hacer referencia a los distintos autores y obras que cita Cervantes a lo largo del Quijote. Sobre su biblioteca, cultura, fuentes..., hay ya varios y valiosos estudios, y continuará engrosándose la bibliografía cervantina paso a paso.

Tengo en el telar un estudio sobre la literatura producida a lo largo de toda la vida de Cervantes, donde me adentraré en la bibliografía pertinente sobre el tema, pero el terreno aquí acotado –1596 a 1605– es suficiente para –mostrando la excelencia del
Siglo de Oro hispano– descubrir la genial originalidad cervantina, lo que agiganta la hazaña literaria del Quijote
y la novedad de crear para el mundo la novela moderna.

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Utilizo aquí, en parte del estudio, mi “La historia del teatro según Cervantes”, Cervantes y la puesta en escena de la sociedad de su tiempo, ed. C. Poupeney, A. Hermenegildo, C. Oliva, Murcia, Universidad, 1999, pp. 17-53 y “La década literaria del Quijote”, La Aventura de la Historia, 75 (enero 2005), pp. 58-63. A todo ello vuelvo en mi “Cervantes y la vida teatral del Siglo de Oro”, Teatro (Univ. de Alcalá), (prensa).

Por el sentido de este estudio no entro en la cita y valoración de la bibliografía específica sobre temas aquí tratados, pero remito a la muy completa y útil bibliografía de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, dir. por Francisco Rico, Barcelona, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, CEC, 2004, II, pp. 1119-1367. Es útil ver las reproducciones de obras citadas en “La biblioteca de don Quijote”,J. Martín Abad, Ibidem, pp. 1039-1071.

No interesa aquí, en particular, la obra literaria cervantina, con una extensa y rica bibliografía, pero por el interés de la posición de Cervantes ante la comedia nueva y sus relaciones con Lope de Vega quiero señalar que es especialmente útil la edición citada de F. Ynduráin para referencia y valoración de los textos cervantinos que tratan sobre teatro, y la de Sevilla-Rey para la relación de teoría y evolución dramática. Sin entrar aquí, específicamente, en el teatro de Cervantes, que ha ocupado extensamente a la crítica (Cotarelo, Casalduero, Marrast, Buchanan, Canavaggio, Zimic, García Martín, Varey, etc.) y a sus editores (Schevill-Bonilla, Herrero, Valbuena Prat, Ynduráin, Asensio, Canavaggio, etc.), en lo que se refiere a la teoría teatral cervantina y a sus ideas sobre la comedia nueva hay que citar estudios pertinentes, aunque no refleje aquí sus opiniones, como los de: H. J. Chaytor, Dramatic Theory in Spain (...), Cambridge, C.U. Press, 1925; R. del Arco, “Cervantes y la farándula”, BRAE, XXXI (1951), pp. 311-330; B. W. Wardropper, “Cervantes, Theory of the Drama”, MPh, LII (1955), pp. 217-221; “Teoría literaria (de Cervantes)”, Suma cervantina, London, Tamesis, 1973, pp. 293-322; S. Zimic. “Cervantes frente a Lope y a la comedia nueva (Observaciones sobre La Entretenida)”, Anales Cervantinos, 15 (1976), pp. 19-119 y n. 1., y A. de la Granja, “Apogeo, decadencia y estimación de las comedias de Cervantes”, aa. vv., Cervantes, Alcalá, Centro de Estudios Cervantinos, 1995, pp. 225-254, y otros que cito en mis artículos mencionados.

Por mi parte me he ocupado del tema en los estudios que cito al principio y, además, en “Lope para el vulgo. Niveles de significación”, Teoría y realidad en el teatro español del siglo XVII. La influencia italiana, ed. F. Ramos, Instituto Español de Cultura, 1981, pp. 302-303;“Poética de la recepción: nueva teoría para un nuevo espectáculo (el primer teatro popular)”, Congrés Internacional de Teatre a Catalunya, ed. J. Coca y L. Conezas, Barcelona, Institut del Teatre, 1987, pp. Vid. aquí la referencia a los estudios pertinentes.
Muy útil es, por otra parte, el catálogo de la exposición Cervantes. Cultura literaria (BNM. Madrid, CEC, 1997) al cuidado de Florencio Sevilla, con presentación de C. Alvar y estudio de M. Menéndez Pelayo, por los textos que se recogen allí.
La referencia de la Carta de Lope de Vega citada la tomo de J. de Entrambasaguas, Vivir y crear de Lope de Vega, Madrid, Árbor, 1946, pp. 238-239. La cronología citada de Lope es: S. G. Morley, C. Bruerton, Cronología de las comedias de Lope de Vega, Madrid, Gredos, 1968.

Indicaré, por otra parte, que para la referencia de obras, autores, fechación utilizo loa manuales y bibliografías al uso de Literatura Española.

Ediciones citadas:

La Galatea (“Canto de Calíope”): Edición de V. Gaos (Poesías completas, II, Madrid, Castalia, 1981).
Quijote: Edición de M. de Riquer, Barcelona, Planeta, 1975.
Novelas ejemplares: Edición de J.B.Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1982.
Viaje del Parnaso: Edición de V. Gaos, Madrid, Castalia, 1974.
Teatro (Prólogo y comedias): Edición de F. Sevilla y A. Rey, Barcelona, Planeta, 1987.
Teatro (Entremeses): ed. F. Ynduráin, Madrid, Atlas, BAE, 1962.
Trabajos de Persiles y Sigismunda: Edición de J.B. Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1969.

 


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